miércoles, agosto 31, 2005

CHILE EN STEREO

La voz de Chile se puede escuchar en stereo a través de todo el territorio nacional. Me he permitido deliberadamente usar el anglicismo “stereo” después del bochornoso resultado a que nos expuso la Universidad de Cambridge que vino a evaluar el conocimiento del inglés de nuestros educandos. El testeo concluyó que tras 12 años de enseñanza, incluidas la reforma de la educación, las extensiones horarias y los mejoramientos del material y dispositivos tecnológicos (hay cursos gratis de inglés por Internet), los egresados de 4º Medio de Chile, salen hablando el idioma de Shakespeare, peor que Tarzán y ligeramente mejor que la mona Chita.

Es lo que hay, como dicen conformistas y pesimistas. Pero lo que hay, no es sólo la voz en stereo de los habitantes de nuestro querido Chile, que, por un lado (el izquierdo o derecho da o mismo pues no es con sentido político) expresa con una voz cultivada, pulcra, fina y alegre, lo bien que se pasa, se vive y se disfruta en el país. En tanto por el otro parlante, se escucha la voz y el sonido de las voces desafinadas, tristes y acongojadas, que lo pasan requete mal. Como resultado de esta polifonía, al tratar de hacer el coro nacional, este pequeño y largo país parecido a una flauta, suena como arpa vieja. Un grupo coral donde no hay armonía, muchos desentonan, otros tantos no se saben la música y no faltan los que regularmente gritan. Y para colmo, el director de la orquesta, para qué les digo el genio que tiene. No se le puede decir ni pío.

Todo lo anterior es respecto de la voz de Chile. Pero hay más. Para colmo, también tenemos visión doble. Efectivamente, al parecer en el ADN chilensis hay un cromosoma o algo raro en el espiral que está medio pifiado, lo que nos produce visión doble y bicolor. Siempre vemos las cosas en dos dimensiones y para colmo, sólo vemos blanco y negro. Unos pocos y muy privilegiados dicen ver el todo color de rosa pero son una insignificante minoría.

Pero esto tampoco es todo. Tenemos también personalidad bipolar. Es decir, cambiamos súbitamente de una posición a otra. Esto se advierte inequívocamente en política y de preferencia durante los períodos electorales. Durante este tiempo, el homus politicus electoratus, “pendula” desde el extremismo de derecha al de izquierda, sin pasar por el centro, mostrando un exclusivo país donde aún no existiendo realmente la izquierda y la derecha, siguen actuando como si existieran. Esto se refleja en una declaración de los de la derecha en contra de los de la izquierda que dice que “el gobierno socialista actual, es el más derechista de los gobiernos de izquierda”. En conclusión, los derechistas son diestros y los izquierdistas son siniestros. Personalidad bipolar y dicotómica.

Pero eso no es todo. El país mismo, en su expresión más auténtica y democrática, se muestra proclive a las bivalencias. Siempre se expresa o toma partido frente a dos posiciones, dos posturas, dos intenciones, dos lecturas. Talvez lo más gráfico sería decir que es un país dividido en dos partes, pero no siempre cada una de ellas con las mismas características, tamaño, y valor que la otra.

Veamos algunos ejemplos para analizar si esto es tan así. Este es el país de las supercarreteras y las vías urbanas (por lo menos en Santiago) más modernas de Sudamérica. Pero también es el país donde las casas se caen con un temblor grado 6, o se derrumban con más de 60 milímetros de lluvia continua. Es el país de las calles de tierra y también de las casas de tierra como las de Huara.
Es la nación de los éxitos macroeconómicos y de los TLC con los países más desarrollados del mundo y también de las 800.000 pymes quebradas y marginadas del proceso productivo. Es el país del senador Lavandero con una justicia clasista y acomodaticia y también la del ladrón pobre que no tiene otra alternativa que purgar con cárcel el robo de una gallina. Es el país de los que roban empresas y de los que roban información. Este es el país donde los bancos logran sus ganancias más fabulosas en los períodos cuando todos le debemos una vela a cada santo.
Este es el país de los que comen filete de primer corte y que representan menos del 3% de los chilenos y los que simplemente no tienen que comer. Este es el país con curas del Opus Dei y de los otros, tipo padre Hurtado. Es el país que muestra cada día en la tele, las minas más ricas (no las de cobre) y también las camboyanas.
Es el país de los pitutos, de los amigos y de los parientes, pero también de los que ingenuamente tratan de entrar y salir por la puerta ancha en todo y que les va mal.
En fin, es el país de los chaqueteros y de los que tiran siempre p´abajo, pero también de los emprendedores como el Conejo de Nueva York o Anita, la Geisha.
Es finalmente un país bien pensado, cuando cree que efectivamente las chilenas son más cuerudas que las argentinas o mal pensado cuando cree que efectivamente Codelco es una caja pagadora de favores políticos de los DC. Un país donde si un tipo compra un auto nuevo el vecino piensa de inmediato: “debe estar robando”. Como suele decirse, lo único malo de este país es que está lleno de chilenos.
Es muy difícil vivir en un país tan extremo (no sólo geográficamente hablando) donde si a uno lo ven, por ejemplo de noche saliendo de un motel con una amiga, seguro que las malas lenguas dirán que es la amante. No hay salud. Digo yo.

EL AMARILLO ES NEUTRO


Me cuesta creerlo. Pero para donde mire veo todo boyante, lindo, positivo. A veces creo que no estoy en Chile. Más parece el País de Alicia, el de las Maravillas. ¿Se nos habrá infiltrado desde la mente fantástica de Lewis Carroll el mundo de Bilz y Pap sin darnos cuenta? Todo está tan estupendo que ni la pobreza se ve. Esto por lo menos es lo que el gobierno, las autoridades y los políticos tratan de mostrarnos para rebatir la permanente monserga de que estamos mal, de que somos pobres, que somos cochinos, que hablamos mal, que hay puros delincuentes, que hay corrupción en todas sus variantes, etc. etc.
El propio Piñera anda con el discurso de que basta ya de encontrar todo malo. Dice que hay que ser positivos y no solo ver las cosas malas.
Me puse a pensar sobre el tema y decidí cambiar de actitud. Así es que yo hace unos días me saqué los anteojos oscuros que me hacían ver por ejemplo esta ciudad sucia, con las veredas del centro hechas una mierda (por y a causa de los perros y los servicios públicos a cargo) en fin toda suerte de visión tenebrosa de la realidad urbana y me puse los de cristal color de rosa para ver todo maravilloso.
Pero lamentablemente no he visto todo color de rosa, extrañamente he comenzado a ver todo amarillo.
Inicialmente creí que estaba soñando, que me había cambiado de país o que era una epidemia de hepatitis pues veía a todo el mundo amarillo. Fui al oftalmólogo para que me examinara. Me encontró bien, pero me dijo que lo mío podía ser tensional y que posiblemente estaría “haciendo” un stress. Me derivó a un psicólogo. No quiero seguir contándoles me peregrinaje por diversas especialidades, ni mi paseo voluntario que me llevó desde la acupuntura al yoga sin dejar de probar varias formas de alimentación, incluidas la medicina ayurveda.
Algo que me dijo un loquero amigo es que podría tratarse de una suerte de “percepción”, nada físico sino una apreciación del mundo y situación actual, en el sentido que el amarillo es como un color neutro. Eso significaría que frente a lo que está pasando, a lo me ofrece este mundo actual, me he declarado neutral. A lo menos esto me permitiría ser transversal al momento de manifestarme en todos los aspectos en los cuales hay que tomar una opción. En lo político, en lo económico en lo sexual, en lo moral. ¡Oh! Parece que Ratzinger tenía razón, aparentemente estaría cayendo en el peligroso relativismo. Esto significa que las posturas radicales (no me refiero al partido) ya no vienen. La moda ahora es el cambio permanente y pasar de una postura a la otra sin mayor esfuerzo y sin nada de vergüenza. O lo que es mejor “declararse neutral” como el color amarillo. Ni chicha ni limonada. Entre Tongoy y Los Vilos. Es lo que mejor nos acomoda a los chilenos, la ambigüedad. “Anda un día pa´la casa”, nada preciso como: “te espero el sábado a comer a las 9”. Eso ya sería de una precisión contra natura y una inadecuada práctica social.
Mi primaria e inexperta conclusión es que mi sintomatología de ver todo amarillo neutro, es algo común en el comportamiento de mis compatriotas chilenos, lo que me produce una tranquilidad increíble. Y además una comodidad incomparable y sana pues nadie pelea con quien no quiere pelear. Es más, todo el mundo lo pololea para sus causas. En esta pelea me declaro neutral.

Pero sin embargo, debo declarar con hidalguía que no me gusta el amarillo. Me refiero a lo que representa, la neutralidad. Pero esa neutralidad condescendiente. La neutralidad que se expresa en no involucrarse. La neutralidad con cara de indolencia. Esa indolencia que tenemos por ejemplo los ciudadanos iquiqueños (los que vivimos en Iquique) que se traduce en no interesarse por nada. De no reclamar por nada. Puros amarillos. Puros neutros.
Finalmente, tras filosofar un poco y darle vueltas al asunto, descubrí el problema de la visión amarilla. Casi sin darme cuenta descubrí que en la actualidad estamos rodeados, invadidos atosigados de productos chinos, de restaurantes chinos, de inversionistas chinos y de proyectos chinos. En el corto plazo solo veremos chinos por todos lados y como se sabe, esa es una raza amarilla. Esta creo que es la madre del cordero. Digo yo.