(Publicado en el semanario Iquiquexpres el 1 de julio de 2006)
Mis primeras aproximaciones a la discriminación las viví en mi tierna infancia cuando mi madre le servía a mi progenitor las mejores presas de carne en la cazuela, los trozos más grandes del asado o la primacía en la atención. El orden en que llegaban los platos era : primero el rey de la casa -mi padre- luego mi hermana mayor, luego mi hermano y finalmente yo. El factor discriminador, la edad. Si había visita, ésta tomaba la posición de mi hermana y todo se corría un puesto en el orden. En cualquier circunstancia el último siempre era yo. Pero en verdad la más discriminada era mi madre la que no se sentaba nunca pues estaba preocupada de servir.
Basado en mis experiencias, me convencí que discriminar no era bueno, por el contrario, que era muy malo. Sin embargo, luego empecé a reflexionar llegando a la conclusión que el mundo no podría vivir sin discriminación. Esto, porque en esencia, la igualdad es imposible. Aunque la publicidad nos diga que “impossible is nothing.
Explicaré mis puntos de vista. En primer lugar diré que amo la libertad y la igualdad y que el artículo 1º de la Constitución Política de Chile que dice: Las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos, me inspira mucho, pero me hace surgir dudas. Porque es fácil decirlo, incluso constitucionalmente, pero muy difícil y complejo traducirlo en acciones para lograr tan loables propósitos.
Para un padre, todos los hijos son iguales. En teoría los ama a todos igual. No me cabe duda que el Dios Padre debe practicar el mismo principio. Sin discriminar por raza, nacionalidad, sexo, color, peso estatura, condición social, idioma, religión, etc. No me imagino un Dios discriminador.
Sin embargo, mi conclusión es que si discrimina. A cada rato discrimina. Siempre discrimina. No podría ser de otra manera. La naturaleza discrimina, la vida discrimina, el hombre discrimina. El universo discrimina. Es obvio que así sea porque la discriminación es una consecuencia de la necesaria desigualdad que crea la variedad y por lo tanto, la existencia.
Y para colmo, la desigualdad no es neutral (o no es justa), porque siempre habrá algún factor de “relevancia” que obligue o permita diferenciar. Siguiendo a Aristóteles habría que aceptar que la igualdad justa sería “tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales”.
Con la llegada del actual gobierno, han aflorado temas que habían estado sumergidos porque nadie quería ponerle el cascabel al gato. Uno de ellos es “hacer justicia” mediante lo que se llama la “discriminación positiva”. Una forma orgánica y de la esfera del poder político, cuyo propósito es darles opción a los sectores sociales o étnicos que no tienen posibilidades ciertas de lograr algo por sus propios méritos y esfuerzo. En rigor, es ponerles “avales” de peso para que pasen colados ciertos filtros dentro de la exigente sociedad actual en donde lo que prima es la meritocracia. Una suerte de pase libre, fast truck, baliza, rompe filas, beca, pituto, o como se le quiera llamar, pero que cumple la misión de permitir “saltarse” los pasos obligados que el resto debe cumplir.
No obstante la discriminación positiva debe aplicarse en forma “discriminatoria” pues son excepciones y su finalidad altruista y para eliminar desigualdades estructurales hay que elegir. Siempre hay que elegir aunque sea entre los desiguales.
Esto obliga a discriminar. Siempre cuando hay que elegir por la vía de la intervención humana hay que usar un dedazo. La elección es inevitable. ¿Cuántos cupos gratuitos en la enseñanza superior se deben entregar a los más pobres? Un 3%, un 5% un 10%. ¿Y a los discapacitados qué? ¿Y por qué no considerar a los niños de la Isla Guar de Chiloé que todos los días tienen que cruzar un lago para ir al colegio? ¿Y por qué ayudar a la Teletón y no a los niños con cáncer u otras decenas de instituciones que lo necesitan tal vez mucho más? ¿Por qué esa preferencia “oficialista” que siempre se le da al Hogar de Cristo? Podrían darse cientos de ejemplos. Lo que quiero enfatizar es que siempre se discrimina y toda discriminación es odiosa e injusta.
Con frecuencia veo que “casualmente” los parlamentarios siempre consiguen los primeros asientos en los aviones. Nunca les he visto por allí al medio del avión compartiendo democráticamente con el pueblo. Porque no creo que alguien discrimine para favorecerlos. Eso sería poco igualitario. Hasta podría ser inconstitucional.
En mérito a lo que he planteado, ya puedo declarar que estoy en contra de la discriminación positiva. La considero injusta y discriminatoria.
Por lo general las normas de discriminación positiva no tienden a ubicar al individuo en situación de competir con el resto en un plano de igualdad, de forma que se evalúen sus aptitudes personales específicas, procurando no poner atención en aquellos rasgos que provocan la discriminación en su contra. Tales normas omiten, en rigor, la consideración de las capacidades del sujeto y sus méritos propios.
Además, ahora está el tema del género, hoy se norma a favor de las mujeres. Una suerte de paridad a la fuerza. ¿Y qué pasa con los méritos y las capacidades? Mañana podrán exigir lo mismo chinos, negros, peruanos, mapuches, blancos, crespos, rubios, chicos, grandes, gordos y flacos. El tema de fondo es que se está obviando un requisito que en estos tiempos es motivo de culto: la calidad y la productividad.
Por otra parte la expresión misma me parece que tiene un evidente contrasentido. Por un lado discrimina (lo que se estima por definición como algo negativo y por otro lado trata de poner justicia haciendo algo positivo en favor de un grupo discriminado). Y para colmo, la frase la encuentro parecida a otras de similar ambigüedad como: “envidia sana, mentiras piadosas, crítica constructiva, árbitro saquero, muerto en vida”. Lo más probable es que el tema de hoy no haya sido comprendido por usted. Perdóneme la discriminación, pero era para gente top, de cierto nivel hacia arriba del segmento ABC1. No para todos. Digo yo, que pienso que la discriminación de trato no es lo mismo que la de status.