De los usuarios de velas, la iglesia católica era cliente Premium. La cantidad de velas de cera
que consumía para los diversos oficios era significativa. Por eso y
aprovechando los buenos vínculos con Roma, las iglesias finalmente
fueron autorizadas a fabricar sus propias velas para los menesteres litúrgicos. El proceso productivo se entregó
a un sujeto de total confianza del párroco: el sacristán.
Las sacristías han sido, desde
tiempos antiguos, las áreas administrativas dentro de la iglesia católica que
cumplen funciones de mantenimiento de los locales, de la logística eclesiástica
y de la coordinación y apoyo al párroco, así como también de provisionar los
bienes necesarios para el funcionamiento de los servicios religiosos. Y las velas
eran esenciales para las misas, actos de adoración, procesiones, actos litúrgicos y otros. Asimismo,
eran bienes de consumo muy requeridos en
las casas de los funcionarios de la corona y de los criollos pudientes, en
tanto el pueblo se alumbraba con mecheros y antorchas. Los pobres no podían
darse el lujo de tener velas de cera en sus casas.
Cuando las velas escaseaban entre
otras causas por los retrasos de los galeones que las traían desde el viejo
continente, aparecía un mercado negro en el cual las velas eran ofertadas a
precios alcanzables y en momentos oportunos sin que nadie exigiera conocer el
origen fabril o autorización para producirlas. Es probable que entre los
ofertantes de velas de esos tiempos hubiera habido algún sacristán, o que en plena escasez, la casa de alguno de ellos luciera muy iluminada,
por lo que se podía inferir que esas luminarias provenían de los almacenes de
la iglesia.
De ahí vendría el dicho popular
que reza: “sacristán que tiene velas sin
tener cerería, de donde pecatas meas, si
no es de la sacristía”. Así habría sido entonces, como lo es también ahora, una
metáfora utilizada para expresar un desbalance innegable entre los ingresos de
un funcionario público y su ritmo de vida, para ironizar sobre el acelerado
crecimiento patrimonial de algún personaje en razón al tiempo de su participación
en un cargo público, o por gastar mucho en una campaña electoral sin poder
demostrar claramente de donde o quien se puso con las platas.
La pregunta que se hace hoy la
ciudadanía es ¿de dónde sacan tanta plata los candidatos para sus campañas, si no
es de alguna sacristía? ¿Y quién es el sacristán o cual es la sacristía? Lo que
es evidente es que la actividad política necesita plata y obviamente solo puede
provenir de los que tienen plata. En Estados Unidos la mayoría de los parlamentarios
son millonarios antes de ocupar los cargos. Acá parten pobres y terminan bastante
acomodados. Hay algunas parlamentarias que son muy ricas, valga el ejemplo.
Lo que también se puede asegurar
es que los sacristanes de estos tiempos son los empresarios. Y que además como son muy solidarios, reparten
velas urbi et orbi. A unos para que defiendan el modelo y a los otro para que lo cambien. Este es un secreto a voces pero
todos se hacen los sordos y ciegos. A pesar de tantas velas y tantos políticos iluminados, esto sigue
siendo un asunto muy oscuro. Digo yo.
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