miércoles, noviembre 05, 2014

¿De dónde pecatas meas?

En América durante la Colonia, las velas para alumbrar las viviendas, los despachos, los salones y las iglesias  se traían de España. No cualquiera podía fabricarlas  y comercializarlas porque se necesitaba autorización real y además, cumplir un conjunto de requisitos especiales. Esto hacía que el precio fuera muy alto y el producto escaso.

De los usuarios de velas,  la iglesia católica era cliente Premium. La cantidad de velas de cera que consumía para los diversos oficios era significativa.  Por eso y  aprovechando los buenos vínculos con Roma, las iglesias finalmente fueron autorizadas a fabricar sus propias velas para los menesteres  litúrgicos. El proceso productivo se entregó a un sujeto de total confianza del párroco: el sacristán.  
Las sacristías han sido, desde tiempos antiguos, las áreas administrativas dentro de la iglesia católica que cumplen funciones de mantenimiento de los locales, de la logística eclesiástica y de la coordinación y apoyo al párroco, así como también de provisionar los bienes necesarios para el funcionamiento de los servicios religiosos. Y las velas eran esenciales para las misas, actos de adoración,  procesiones, actos litúrgicos y otros. Asimismo,  eran bienes de consumo muy requeridos en las casas de los funcionarios de la corona y de los criollos pudientes, en tanto el pueblo se alumbraba con mecheros y antorchas. Los pobres no podían darse el lujo de tener velas de cera en sus casas.
Cuando las velas escaseaban entre otras causas por los retrasos de los galeones que las traían desde el viejo continente, aparecía un mercado negro en el cual las velas eran ofertadas a precios alcanzables y en momentos oportunos sin que nadie exigiera conocer el origen fabril o autorización para producirlas. Es probable que entre los ofertantes de velas de esos tiempos hubiera habido  algún sacristán, o que en plena escasez,  la casa de alguno de ellos luciera muy iluminada, por lo que se podía inferir que esas luminarias provenían de los almacenes de la iglesia.
De ahí vendría el dicho popular que reza: “sacristán que tiene velas  sin tener cerería, de donde pecatas meas,  si no es de la sacristía”. Así habría sido entonces, como lo es también ahora, una metáfora utilizada para expresar un desbalance innegable entre los ingresos de un funcionario público y su ritmo de vida, para ironizar sobre el acelerado crecimiento patrimonial de algún personaje en razón al tiempo de su participación en un cargo público, o por gastar mucho en una campaña electoral sin poder demostrar claramente de donde o quien se puso con las platas.  
La pregunta que se hace hoy la ciudadanía es ¿de dónde sacan tanta plata los candidatos para sus campañas, si no es de alguna sacristía? ¿Y quién es el sacristán o cual es la sacristía? Lo que es evidente es que la actividad política necesita plata y obviamente solo puede provenir de los que tienen plata. En Estados Unidos la mayoría de los parlamentarios son millonarios antes de ocupar los cargos. Acá parten pobres y terminan bastante acomodados. Hay algunas parlamentarias que son muy ricas, valga el ejemplo.  
Lo que también se puede asegurar es que los sacristanes de estos tiempos son los empresarios.  Y que además como son muy solidarios, reparten velas urbi et orbi.  A unos para que  defiendan el modelo y a los otro para  que lo cambien. Este es un secreto a voces pero todos se hacen los sordos y ciegos. A pesar de tantas velas  y tantos políticos iluminados, esto sigue siendo un asunto muy oscuro. Digo yo.

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