Publicado por El Longino en mayo 2015
El Teatro del Absurdo es una expresión cultural inspirada en obras
de dramaturgos norteamericanos y
europeos de los años 1940 al 1960. Se caracteriza por tramas que parecen
carecer de significado. Diálogos repetitivos y sin secuencia lógica. Atmósfera
onírica con fuertes rasgos existencialistas, cuestionando la sociedad, al
hombre y sus constructos. Mucho humor especialmente el humor negro. Incoherencia,
coprolalia y exaltación de lo ilógico, son parte de sus peculiaridades.
Este arte estaba “discontinuado” y dormía tranquilo en el mundo del olvido. Pero
Chile,
el otrora Jaguar de Sudamérica, lo
puso en cartelera, con una alianza estratégica público-privada. El Estado y los
privados han invitando a la Nación toda a ver en salas, teatros, tribunas, alamedas anchas y
angostas, una “joyita ” del teatro del
absurdo, con un libreto (Programa) que permite la libre expresión de los actores y actrices que salen, entran, dicen y
se desdicen, declaran o no declaran, desaparecen, deambulan o quedan atrapados (en cárceles o domicilios)
y que pueden en cualquier momento reaparecer
por los pasillos de Tribunales, Fiscalía o la
Casa de Toesca. Esto se replica también en escenarios como la gran Torre de
Badel de Valparaíso (donde en un diálogo
de sordos pero no de mudos, se confunden y se enredan los idiomas, los acuerdos,
pero básicamente las ideas) con una pléyade de actores novicios, sénior o trainee
que dan vida a un libreto kasfkiano, que ni Ionesco en unión con nuestro psico-mago Alejandro Jodorosky
podrían superar. Y todo esto, bajo el atento liderazgo de una calificada
directora, traída directamente de New York, tras muchas visitas de dos miembros (Peña y
Lillo) del G90 para conseguir sus servicios.
En este Teatro del Absurdo chileno, suceden cosas sin
explicaciones lógicas. Hay incongruencia
entre el pensamiento y los hechos. Incoherencia entre las ideologías y los
actos humanos - de dudosa calificación como tales-. Los personajes tienen un
gran obstáculo para expresarse y comunicarse bien incluso entre ellos. Los de
un mismo conglomerado, con el mismo libreto expresan diferencias, son ideológicamente
parecidos pero piensan diferente y actúan a su amaño. En esta alianza espuria el libreto, para muchos es un dogma de fe y para otros, es como la Biblia para los
protestantes, cada cual la interpreta a su conveniencia. Por eso el Programa a
veces sirve y otras molesta. A causa de este caos, la calle se expresa cada día
más en los escenarios abiertos, principalmente en las calles del angustiante Santiago
como también en las anchas Alamedas reclamando por la mala calidad de los
actores, lo absurdo del libreto y por lo poco que se les paga al elenco que les
obliga a pitutear . Así, la falta de recursos para mantener la obra en
cartelera y el libreto incólume, obliga a buscar platas “turbias”. Por otro lado la audiencia “rica” o sea los que tienen dinero, que son dueños de las
grande empresas y que invierten, generan
trabajo y aportan al PIB cerca del 70 %,
se ponen perversos y pasan platas a diestra (derecha ) y siniestra (izquierda)
tratando de ser equitativos. Y ahí caen
en las redes de la corrupción, al financiar de paso la política para sacar
leyes favorables para todos los chilenos pero principalmente para ellos.
No se puede saber con este teatro del absurdo, cómo o
cuál será el desenlace. Trasparentar
todo o tapar todo. Muchos optan por lo primero, so riesgo de crear un
desequilibrio total que afectaría fuertemente la economía y el país se va a la
mierda. O aplicar la sabia política de don Pato
Aylwin, hacer todo, “en la medida de lo posible”. Los actores están
desorientados, la audiencia está
perpleja, la calle está indignada, el mundo mira asombrado nuestra declinación,
el Papa nos ayuda poco con sus truchos nombramientos de obispos, etc. Creo que la
directora se recrimina por haber dejado la Gran Manzana. O por no haber revisado
bien el libreto y testear al elenco. La loca del Patio de los Naranjos
por ejemplo, debió haberla dejado en Relaciones
Públicas, al ministro de Defensa de Cónsul en La Paz y Martelli en Impuestos Internos (por su
habilidad recaudadora).
En este tipo de teatro todo es posible, hasta lo absurdo. Me parece entretenido,
tanto o más que el absurdo Rinoceronte de Ionesco. Digo yo.