Publicado en el Longino de Iquique. edición domingo 12 de abril
Nadie debiera mantenerse indiferente a la luz de
los hechos que conocemos diariamente sobre actos corruptos, gente corrupta, intenciones corruptas y otros
eventos de dudosa transparencia. Ante esto, me pregunto si el ministro Peñailillo todavía seguirá creyendo
que Chile no es un país corrupto. Creo
que a estas alturas, muchos coinciden
con lo que dijo el Contralor General de la República antes de dejar el cargo
(no porque haya hecho algo indebido, sino por cumplimiento de su período) en el
sentido que la corrupción ya había llegado a Chile.
Es posible
que la fatídica corrupción ya haya estado desde antes sembrada- parafraseando a don Alonso de Ercilla- en esta
fértil provincia señalada donde la gente que produce es tan granada, y que solo
en las últimas primaveras haya germinado. Es probable también, que nos estuviéramos haciéndonos los lesos,
los sordos o los cortos de vista.
Ahora en
cuanto a la magnitud de esta corrupción y los topes de la misma, me pregunto cuál
será ese límite, el punto de inflexión, el lugar desde donde se camina por la
cornisa. Aquí, no puedo dejar de mencionar
las palabras de un amigo que era fiscalizador de la Contraloría. El estimaba que recibir de sus fiscalizados
ciertas “atenciones” no tenía nada de malo y decía que “comida y trago no era coima”. Comió y tomó como rey con
cargo al Erario Nacional durante los 35 años que duró su lúcida y exitosa carrera
pública. Se retiró con cero cargos de conciencia. Su jefe lo calificó siempre en
lista 1 de mérito con el máximo puntaje. Por cierto que muchas veces lo
acompañó a sus comidas.
Frecuentemente
pienso que esto de la corrupción generalizada dice relación con los límites. La
border line que divide lo ético de lo no ético, lo correcto de lo incorrecto.
Un asunto que excede el ámbito de una sola área del quehacer humano. Está en
todas las unidades económicas (públicas o privadas), traspasa toda la actividad
del hombre en la sociedad. Está de alguna manera instalada en el ADN personal.
Para
chequear de alguna manera si eso es válido, elaboré un test proyectivo que
permitiría detectar precozmente como
estamos con la corrupción. Invito a contestarlo y hacerse un autoanálisis. Las preguntas
son las siguientes: 1. Estando Ud. en Kinder, recuerda si su mamá le envió por
su intermedio un regalito a la tía. 2. Copió o usó torpedo en las pruebas de la
Enseñanza Media. 3 Pide siempre la boleta de compraventa. 4. Le ha pedido a
algún médico amigo una licencia “ideológicamente falsa”. 5. Compra CD´s
pirateados. 6. Ha copiado de Internet algo que luego exhibe como de su autoría.
7. Cuando niño, se quedó alguna vez con el vuelto de la compra del pan. 9.
Presentó en el colegio un “falsificativo”. 10. Le tiene firmado a su Nana el
nuevo contrato de trabajo 11. Acepta pequeños regalitos (dulces,
chocolates, lápices, etc.) de las personas que atiende. 12. Recibe regalos de sus proveedores para
Navidad. 13. Si le dan vuelto en exceso, lo devuelve. 14. Le paga todas las horas extraordinarias
trabajadas a sus empleados. 15. Fingió alguna vez un orgasmo.
No hay que
asustarse con sus SI o NO , Las respuestas solo marcan tendencias. Determinan el potencial de corrupción subyacente, algo que cualquier
ciudadano éticamente sano lo presenta. Hay que aceptar que todos tenemos techo
de vidrio. Cada cual tiene en su vida un cadáver en el armario (o en closet). Algo
escondido que se siente avergonzado a exhibir.
Las
preguntas pueden parecer irrelevantes, frente a los pastelitos que se ven en
estos días. Pero no es un asunto de cantidad, sino lo que hay detrás. Descubrir
si somos corruptos, corruptibles o incorruptos. Yo categóricamente me declaro
incorruptible, pero por cierto todo es conversable. Digo yo.