Dime como hablas y te diré si eres chileno
(publicado en el semanrio Iquiquexpress el 7 de septiembre de 2005)
Lo he dicho, me encanta el lenguaje escrito y he sido reiterativo en eso. Pero ahora he ampliado mi aprecio también por el idioma hablado. Esto, tras leer hace pocos días un artículo que trataba el tema, pero no desde la perspectiva idiomática ni del uso del lenguaje propiamente tal, sino en un aspecto específico: la voz. Esto es, la forma en que se expresa el idioma y mejor dicho aún, cómo se nos escucha. Y en este caso me referiré al cómo es “el hablar nacional”. O sea, cómo es la voz de los chilenos.
Una cosa que quisiera aclarar primero es que, independiente de mi interés por el tema y las opiniones que emita, debo informar que no tengo la menor idea de otorrinolaringología, fonoaudiología u otra especialidad asociada al tema. Esto lo aclaro para evitar que algún lector despistado crea que soy un experto y luego se decepcione.
Lo que debemos tener en cuenta de partida, para no frustrarse tanto (porque advierto que en este tema no quedaremos bien parados) es precisar algo que casi a todos nos pasa. Cuando escuchamos nuestra voz en una grabadora, no nos gusta. Incluso solemos no reconocerla como propia. Los recuerdos de la propia voz escuchada por nuestros oídos cuando hablamos, no es igual. Pero esto no es tan grave, lo peor ya viene.
Efectivamente, la opinión viene de fuera. Al decir de extranjeros, especialmente los vecinos argentinos, peruanos y bolivianos, nosotros hablamos “cantadito”, muy rápido. Nos “comemos” la ultima sílaba de las palabras y particularmente nos hacemos un picnic con las “eses”. Afortunadamente son las eses y no las heces, pero ese es otro cuento.
Pero no es lo peor. También nos dicen, especialmente nuestros “hermanos” argentinos, que tenemos voz de pito, voz aflautada. Y si los apuramos un poco, dirán que tenemos voz de “fletos”. Lamentablemente esta característica también se conoce más allá del charco. Por eso en Europa circula un chiste que dice que “en Latinoamérica es imposible encontrar a un argentino humilde y a un chileno que hable con voz de hombre”.
Me pregunto si en esto no habrá tendido algo que ver don Pablo Neruda, que tuvo la pésima idea de ponerse a recitar sus maravillosos versos, una vez que recibió el premio Nobel.
Sin embargo, los expertos dicen que no hay nada en la conformación de la estructura bucal del chileno, su lengua, forma de disposición de la dentadura, altura del paladar, cuerdas vocales, que sea diferente al resto de los mortales como para que tengamos tan mala voz y que pueda ser considerado de voz “caprina” como lo dijo una vez la Yolanda Montecinos refiriéndose a la voz del Pollo Fuentes.
En verdad, no tenemos una buena voz y menos seductora. Eso también nos complica a la hora del romance. Por ello, también nos va mal por ese lado, porque para hablarle al oído a una dama, una voz “abaritonada” ayuda muy poco. Esto también es válido para las féminas. La gran mayoría de nuestras mujeres tiene voz muy aguda, de pito. Es lamentable que así ocurra ya que cuando la voz es un poquito más ronca y profunda (por causas naturales no por el exceso de puchos) resulta seductora e incluso afrodisíaca.
Pero si se tiene una voz tipo Osvaldo Puccio (como pito y pa´dentro) o como la de Willy Sabor (como si estuviera en el Terminal Agropecuario en un remate de sacos de papas) o como la de Carla Ballero (del tipo quebrada y asmática como a punto de abandonar el mundo) o del tipo Arturo Longton (aguda como la de los niños cantores de Viena) no cabe duda que si esto representa a prototipos de voces del chileno medio, estamos sonados como arpa vieja.
Sin embargo, sigo con los expertos, ellos dicen y yo lo corroboro como experto asociado, que los chilenos, como todo el mundo, hablamos en la misma frecuencia, solo que más aflautadito, más cantadito y más rapidito. Esto del “ito” es lo que en parte genera el cuento de nuestra voz “de poco hombre”.
Esta forma de hablar, se dice que es un problema de carácter, de personalidad. Como somos tímidos y acoquinados (no se establezca ningún relación con el cinco a cero con Brasil, por favor) hablamos despacito y en “chiquitito”, para no ofender a nadie. Nunca diremos “mozo, sírvame un café bien cargado” , sino, “jefe, sírvame un cafecito bien cargadito”. Y es justamente en ese hablar bajito, tratando de no molestar, de no ofender, nos hace sonar la voz más aguda, tembleque y amariconada (esto último lo digo con respeto y pena, pero este año, otra vez, estoy comprometido con la verdad). Y cuando eventualmente y ya en un arranque explosivo de euforia queremos sacar una voz fuerte y asertiva, nos sale enojada, pero afirulada.
Esto está provocando gran preocupación en muchos profesionales y personas que a causa de sus oficios, la voz es una importante herramienta de trabajo. Las escuelas de locutores están preparando como locos a comunicadores, profesores, actores, políticos, vendedores y actualmente a muchos abogados que con la reforma Penal saben que a la hora de las audiencias, con la voz que tienen, pueden terminar con el implicado inocente en el chucho.
En lo personal no estoy muy contento con mi voz, porque la encuentro muy aguda, poco seductora y medio pa´dentro. Por eso es que prefiero cantar pues se nota menos y también escribir, porque ahí no se nota nada. A veces pienso que lo que me falla es más practica con la lengua. Por esta razón ando buscando una profesora de lenguas para que me ayude con el texto oral.
Finalmente debo reconocer que lo que dicen los argentinos de que hablamos como fletos, me dejó choreado. Sin embargo pensé de inmediato en Horacio de la Peña, que tiene una voz de pito y de vieja que no se la puede. A lo mejor por esa razón lo querían nacionalizar chileno. Cumplía el primer requisito, no hablar como hombre. Digo yo.
En esta Zona encontrarán mis apreciaciones sobre la vida diaria, la cotidianidad, con visión crítica, pero contructiva (así espero), con un humor a veces muy serio, centrado en el mundo pequeño de la ciudad donde vivo, pero con mirada global y sintiéndome parte del universo humano apreciando lo que ocurre. Me doy licencia para opinar de todo y especialmente de lo que no se. Si hay opiniones, las leeré con detención e interés, pero no puedo asegurar que las voy a considerar.
domingo, abril 16, 2006
Entre bolas y pelotas
(publicado el 16 de junio de 2005 en el semanario Iquiquexpress)
Debo confesar que el tema del idioma me apasiona. Me encanta analizar el comportamiento comunicacional del hombre a través de su palabra escrita y desde luego que también me gusta muchísimo el texto oral (cualquier cacofonía, asonancia o asociación de ideas, corre por cuenta del lector).
El asunto da para mucho por lo cual no es posible asumirlo todo en una columna. Necesitaría mucho más espacio y esto se trasformaría finalmente en un ensayo. Y no estoy aquí para ensayar nada, sino más bien ser muy práctico.
Quiero referirme a expresiones del castellano que me preocupan porque reflejan una carencia seria de los chilenos. Su pobreza idiomática. Según un estudio, un joven egresado de cuarto medio utiliza en su charla cotidiana familiar o social no más de 200 palabras diferentes. Un poquito más que Tarzán cuando está eufórico.
Consecuente con este nivel de pobreza lingüística, el chileno (flojito en este campo) hace un gran esfuerzo además para usar aún menos palabras diferentes, para lo cual hace uso de palabras “comodines”, es decir que sirven de reemplazo de otras tantas.
No me voy a referir aquí a la madre de todas las palabras comodines. Nuestro bien amado “weón” ( escrito con así con "doble v" ahora se ve más moderno y decentito. El weón, como usted lo sabe muy bien y no se me haga el w… sirve para todo. No distingue sexo, raza, condición, partido político, religión, ni nada. Todos, sin excepción y en cualquier circunstancia de la vida son, han sido o serán alguna vez weones (el cambio de género también está aceptado).
Pero no quiero hablar de ello, sino de una derivación, en este caso, de los atributos masculinos que nos diferencian de la especie hembra. Y a partir de ello, ver su incidencia idiomática, para ratificar que la riqueza del castellano nos entrega también la posibilidad de un número incalculable de acepciones a partir de una palabra.
Me refiero por cierto a los “cojones” en su expresión española; “las bolas” en la usanza argentina o simplemente “las pelotas” en la versión criolla.
Aclaro que esto es un análisis idiomático y no tiene ninguna intención sexual subyacente. Y si la tuviera, serían los lectores los que la darían. Yo me lavo las manos ( y otras partes del cuerpo también)
Este atributo masculino (¿debería decir estos?) tiene numerables acepciones según cómo se use, en qué contexto se exprese y qué otras palabras le acompañen. Por ejemplo si va unido del numeral “1” significa costo cero. “Me costó una bola”. La nada misma. Es lo opuesto a me costó un ojo de la cara. Si se usa con el verbo “tener”, indica valentía. Aún cuando si se expresa con admiración puede significar ¡Tiene cojones! Es decir caramba, el tipo se las trae. Si viene con el “poner o apostar”, representa arriesgarse. Esto es, pone las bolas. Se la juega. Se atreve.
También las expresiones cambian según se usen diversos sufijos. No es lo mismo cuando le acompaña la preposición “en” (en pelotas) o las terminaciones “udo” (pelotudo, boludo) o “dez” ( pelotudez) .
Asimismo, lo interesante es también ver cómo los chilenos usamos las pelotas (la expresión) en sus más diversas acepciones lo que le da sentido diferente a cada bola, por así decirlo, algo que los extranjeros que nos visitan no logran entender, porque además hablamos como las pelotas. En este caso equivale a la idea de “hablar mal”. Doy otro ejemplo: en fútbol nos va como las pelotas. ¿Quedó claro verdad? Ojalá me entiendan porque de lo contrario me voy a sentir como las pelotas (mal). Esto lo digo para aclarar el ejemplo.
Cuando algo molesta mucho y es reiterativo puede usarse con toda propiedad: “me tiene las bolas como platillo” lo que constituye una expresión de hastío. En el caso de tener manejada una situación complicada, la expresión inequívoca y precisa es: “lo tengo agarrado de las bolas”. Es el equivalente a “tener el sartén por el mango”.
Si usted es de las personas con raigambre campestre, la expresión: “me fue como las berenjenas”, en reemplazo de la sentencia correcta que sería “me fue como las pelotas” es una variante aceptada y no se objeta en absoluto. Es más se fomenta como parte del patrimonio cultural.
También hay algunas expresiones que no tienen nada que ver con el alcance semántico, onomatopéyico y lingüístico de las pelotas que estamos analizando. Por ejemplo cuando usamos la expresión, “no dar pié con bola”. Esto no significa una patada en el bajo vientre propinada a un varón y que no llegó a destino. Es no achuntarle, no tener éxito en nada.
En grupos, es posible usar la expresión “tropa de pelotudos” para referirse a un grupo más o menos afines y especialmente ociosos. Equivale al tradicional grupo de “weones”, pero como dije, como quiero entrar al sub mundo de los www porque terminaría por hincharles las pelotas (molestar) a mis lectores.
Las expresiones pelotas o bolas, son por lo general de rango masculino, pero las mujeres han hecho uso las pelotas indebidamente. Por eso que una pregunta dicha por una mujer como: ¿me has visto las pelotas? no tiene lógica idiomática ni biológica. Tal vez lo más aceptado para ellas, desde nuestra perspectiva masculina sea el “empelotarse”. Allí tienen chipe libre y se pueden empelotar a piaccere. Esa expresión tan conocida significa sacarse toda la ropa y quedar a potito pelado y como a mi entender no tiene género, creo que las mujeres también se empelotan, lo que no objeto, por el contrario fomento.
Usted podrá juzgar entonces que cada ser humano tiene su propia historia con las pelotas. Nadie podrá negar que alguna vez ha estado empelotado (sin saber algo), que lo ha pasado como las pelotas (muy mal), o que se haya autodeclarado “soy un pelotudo” (tonto, leso, estúpido) que lo hayan tenido agarrado de las bolas (dominado, sometido), que le hayan visto las pelotas (engañado) o que haya tenido que poner las bolas en la mesa (arriesgarse).
Termino este análisis no sin antes pedir disculpas por el temita. Se que a muchos les podrá haber parecido una pelotudez. A todos ellos con todo respeto les digo, que me importa una bola lo que piensen.
Debo confesar que el tema del idioma me apasiona. Me encanta analizar el comportamiento comunicacional del hombre a través de su palabra escrita y desde luego que también me gusta muchísimo el texto oral (cualquier cacofonía, asonancia o asociación de ideas, corre por cuenta del lector).
El asunto da para mucho por lo cual no es posible asumirlo todo en una columna. Necesitaría mucho más espacio y esto se trasformaría finalmente en un ensayo. Y no estoy aquí para ensayar nada, sino más bien ser muy práctico.
Quiero referirme a expresiones del castellano que me preocupan porque reflejan una carencia seria de los chilenos. Su pobreza idiomática. Según un estudio, un joven egresado de cuarto medio utiliza en su charla cotidiana familiar o social no más de 200 palabras diferentes. Un poquito más que Tarzán cuando está eufórico.
Consecuente con este nivel de pobreza lingüística, el chileno (flojito en este campo) hace un gran esfuerzo además para usar aún menos palabras diferentes, para lo cual hace uso de palabras “comodines”, es decir que sirven de reemplazo de otras tantas.
No me voy a referir aquí a la madre de todas las palabras comodines. Nuestro bien amado “weón” ( escrito con así con "doble v" ahora se ve más moderno y decentito. El weón, como usted lo sabe muy bien y no se me haga el w… sirve para todo. No distingue sexo, raza, condición, partido político, religión, ni nada. Todos, sin excepción y en cualquier circunstancia de la vida son, han sido o serán alguna vez weones (el cambio de género también está aceptado).
Pero no quiero hablar de ello, sino de una derivación, en este caso, de los atributos masculinos que nos diferencian de la especie hembra. Y a partir de ello, ver su incidencia idiomática, para ratificar que la riqueza del castellano nos entrega también la posibilidad de un número incalculable de acepciones a partir de una palabra.
Me refiero por cierto a los “cojones” en su expresión española; “las bolas” en la usanza argentina o simplemente “las pelotas” en la versión criolla.
Aclaro que esto es un análisis idiomático y no tiene ninguna intención sexual subyacente. Y si la tuviera, serían los lectores los que la darían. Yo me lavo las manos ( y otras partes del cuerpo también)
Este atributo masculino (¿debería decir estos?) tiene numerables acepciones según cómo se use, en qué contexto se exprese y qué otras palabras le acompañen. Por ejemplo si va unido del numeral “1” significa costo cero. “Me costó una bola”. La nada misma. Es lo opuesto a me costó un ojo de la cara. Si se usa con el verbo “tener”, indica valentía. Aún cuando si se expresa con admiración puede significar ¡Tiene cojones! Es decir caramba, el tipo se las trae. Si viene con el “poner o apostar”, representa arriesgarse. Esto es, pone las bolas. Se la juega. Se atreve.
También las expresiones cambian según se usen diversos sufijos. No es lo mismo cuando le acompaña la preposición “en” (en pelotas) o las terminaciones “udo” (pelotudo, boludo) o “dez” ( pelotudez) .
Asimismo, lo interesante es también ver cómo los chilenos usamos las pelotas (la expresión) en sus más diversas acepciones lo que le da sentido diferente a cada bola, por así decirlo, algo que los extranjeros que nos visitan no logran entender, porque además hablamos como las pelotas. En este caso equivale a la idea de “hablar mal”. Doy otro ejemplo: en fútbol nos va como las pelotas. ¿Quedó claro verdad? Ojalá me entiendan porque de lo contrario me voy a sentir como las pelotas (mal). Esto lo digo para aclarar el ejemplo.
Cuando algo molesta mucho y es reiterativo puede usarse con toda propiedad: “me tiene las bolas como platillo” lo que constituye una expresión de hastío. En el caso de tener manejada una situación complicada, la expresión inequívoca y precisa es: “lo tengo agarrado de las bolas”. Es el equivalente a “tener el sartén por el mango”.
Si usted es de las personas con raigambre campestre, la expresión: “me fue como las berenjenas”, en reemplazo de la sentencia correcta que sería “me fue como las pelotas” es una variante aceptada y no se objeta en absoluto. Es más se fomenta como parte del patrimonio cultural.
También hay algunas expresiones que no tienen nada que ver con el alcance semántico, onomatopéyico y lingüístico de las pelotas que estamos analizando. Por ejemplo cuando usamos la expresión, “no dar pié con bola”. Esto no significa una patada en el bajo vientre propinada a un varón y que no llegó a destino. Es no achuntarle, no tener éxito en nada.
En grupos, es posible usar la expresión “tropa de pelotudos” para referirse a un grupo más o menos afines y especialmente ociosos. Equivale al tradicional grupo de “weones”, pero como dije, como quiero entrar al sub mundo de los www porque terminaría por hincharles las pelotas (molestar) a mis lectores.
Las expresiones pelotas o bolas, son por lo general de rango masculino, pero las mujeres han hecho uso las pelotas indebidamente. Por eso que una pregunta dicha por una mujer como: ¿me has visto las pelotas? no tiene lógica idiomática ni biológica. Tal vez lo más aceptado para ellas, desde nuestra perspectiva masculina sea el “empelotarse”. Allí tienen chipe libre y se pueden empelotar a piaccere. Esa expresión tan conocida significa sacarse toda la ropa y quedar a potito pelado y como a mi entender no tiene género, creo que las mujeres también se empelotan, lo que no objeto, por el contrario fomento.
Usted podrá juzgar entonces que cada ser humano tiene su propia historia con las pelotas. Nadie podrá negar que alguna vez ha estado empelotado (sin saber algo), que lo ha pasado como las pelotas (muy mal), o que se haya autodeclarado “soy un pelotudo” (tonto, leso, estúpido) que lo hayan tenido agarrado de las bolas (dominado, sometido), que le hayan visto las pelotas (engañado) o que haya tenido que poner las bolas en la mesa (arriesgarse).
Termino este análisis no sin antes pedir disculpas por el temita. Se que a muchos les podrá haber parecido una pelotudez. A todos ellos con todo respeto les digo, que me importa una bola lo que piensen.
Cartera de mujer
(Publicado en el semanario Iquiquexpres el 22 de agosto de 2005)
Después de años de lucha, las mujeres lograron diferentes posiciones en la vida pública. Hoy el proceso es irreversible y los varones tendremos que aceptar que en muchos campos seremos segundones. La posible elección de una mujer como primera mandataria significará que a partir del 2006 todos los chilenos y por un plazo de cuatro años, quedaremos sometidos al poder femenino.
Por cierto esto no llegó de rompe y raja. Las féminas fueron comiéndose la viña, uvita tras uvita. En Chile la presencia del género femenino es notable. Hasta hace unos meses había dos candidatas a la presidencia. Mujeres que habían cumplido cargos ministeriales. Cada cual con una cartera en el gobierno.
Bueno, es de eso lo que les quiero hablar hoy, de las carteras de las mujeres.
Se que me voy a meter en un tema complicado y que me arriesgo a que mis lectoras (y posiblemente las minorías gays) me repudien por hablar de algo tan personal como son esos artículos. Meterme en el tema ya es una audacia. Y meterme dentro de lo que hay en una cartera no deja de ser un acto suicida. Exponer públicamente lo se encuentra en un lugar prohibido para los varones, un lugar sagrado, meter las narices en los vericuetos, los pliegues, el Triángulo de las Bermudas de ese espacio pequeño e infinito, es una locura. Pero me arriesgo.
La cartera es a la mujer como un hijo a su madre. Una relación íntima, sentimental y a la vez, utilitaria. En efecto, el amor, el cariño de la mujer por su cartera no es absolutamente emocional. En esta relación predomina un interés material. La cartera le proporciona a la mujer cientos de satisfacciones y a la vez le ayuda a solucionar los problemas “domésticos” de la vida diaria. Por eso, la cartera es uno de sus más preciados bienes. Su herramienta de trabajo. Su mejor amiga. Tal como lo es el perro con el hombre. A pesar de ello, tienen sus desencuentros regulares.¡Dónde cresta está la “bendita” cartera! (valor religioso ).
Para la mujer, la cartera tiene el valor de un atuendo guerrero. Un escudo, un arma, un soporte que la ayuda y la protege. Por esto, una mujer jamás suelta la cartera. Ni para ir al baño. Y esto tiene su lógica, porque en ese lugar podría necesitar algo, que sin duda estará en la cartera.
Por razones de espacio, a lo más podré referirme en general al contenido. Es decir, al inventario de artículos o elementos que hay en una cartera. Desde luego que esta descripción se referirá a lo que llamaré “cartera estándar” aquella que tiene el inventario básico y elementos para contingencias. Debo aclarar en todo caso, que esta medida con suerte podría reflejar el espectro nacional, por lo tanto es posible que en otro país la cartera promedio lleve muchos más elementos. La nuestra sería una especie de “canasta básica” en versión cartera. La cartera de una argentina, por ejemplo, se estima con 1.2 veces más elementos que el de una chilena.
El inventario básico de una cartera estándar nacional da cuenta de lo siguiente:
Después de años de lucha, las mujeres lograron diferentes posiciones en la vida pública. Hoy el proceso es irreversible y los varones tendremos que aceptar que en muchos campos seremos segundones. La posible elección de una mujer como primera mandataria significará que a partir del 2006 todos los chilenos y por un plazo de cuatro años, quedaremos sometidos al poder femenino.
Por cierto esto no llegó de rompe y raja. Las féminas fueron comiéndose la viña, uvita tras uvita. En Chile la presencia del género femenino es notable. Hasta hace unos meses había dos candidatas a la presidencia. Mujeres que habían cumplido cargos ministeriales. Cada cual con una cartera en el gobierno.
Bueno, es de eso lo que les quiero hablar hoy, de las carteras de las mujeres.
Se que me voy a meter en un tema complicado y que me arriesgo a que mis lectoras (y posiblemente las minorías gays) me repudien por hablar de algo tan personal como son esos artículos. Meterme en el tema ya es una audacia. Y meterme dentro de lo que hay en una cartera no deja de ser un acto suicida. Exponer públicamente lo se encuentra en un lugar prohibido para los varones, un lugar sagrado, meter las narices en los vericuetos, los pliegues, el Triángulo de las Bermudas de ese espacio pequeño e infinito, es una locura. Pero me arriesgo.
La cartera es a la mujer como un hijo a su madre. Una relación íntima, sentimental y a la vez, utilitaria. En efecto, el amor, el cariño de la mujer por su cartera no es absolutamente emocional. En esta relación predomina un interés material. La cartera le proporciona a la mujer cientos de satisfacciones y a la vez le ayuda a solucionar los problemas “domésticos” de la vida diaria. Por eso, la cartera es uno de sus más preciados bienes. Su herramienta de trabajo. Su mejor amiga. Tal como lo es el perro con el hombre. A pesar de ello, tienen sus desencuentros regulares.¡Dónde cresta está la “bendita” cartera! (valor religioso ).
Para la mujer, la cartera tiene el valor de un atuendo guerrero. Un escudo, un arma, un soporte que la ayuda y la protege. Por esto, una mujer jamás suelta la cartera. Ni para ir al baño. Y esto tiene su lógica, porque en ese lugar podría necesitar algo, que sin duda estará en la cartera.
Por razones de espacio, a lo más podré referirme en general al contenido. Es decir, al inventario de artículos o elementos que hay en una cartera. Desde luego que esta descripción se referirá a lo que llamaré “cartera estándar” aquella que tiene el inventario básico y elementos para contingencias. Debo aclarar en todo caso, que esta medida con suerte podría reflejar el espectro nacional, por lo tanto es posible que en otro país la cartera promedio lleve muchos más elementos. La nuestra sería una especie de “canasta básica” en versión cartera. La cartera de una argentina, por ejemplo, se estima con 1.2 veces más elementos que el de una chilena.
El inventario básico de una cartera estándar nacional da cuenta de lo siguiente:
a) Adminículos para la Exaltación de la Belleza con su correspondiente estuche y espejo incluido (16 unidades) A veces hay que agregar un espejo adicional con aumento.
b) Adminículos de Uso Profesional, Laboral o Doméstico, como billetera (con billetes) monedero (con monedas), tarjetas de crédito, mini agendas, lápiz pasta, calculadora, block o libreta, celular, llaves, etc. (16 unidades).
c) Adminículos para las Contingencias, como pañuelos desechables, cotolines, set de costura (aguja, hilo, alfiler de gancho, botones, tijera, etc.), remedios varios (dominales, vitamina C, antidepresivo, migranol, parche curita, gotas de ojos, lágrimas artificiales, toallas femeninas, rollitos de papel confort, etc.). En total 22 elementos en esta categoría. d) Adminículos para el Disfrute y el Placer, como lo serían chocolates, chicles, cigarrillos, dulces varios, etc. Pueden agregarse en esta categoría o en la anterior según criterio, condones y pastillas de Viagra, lo que hace un total de 12 elementos.
e) Artículos Varios fuera de Clasificación. En esta categoría se pueden encontrar papelitos sueltos con anotaciones, medallitas, rosarios, imágenes de beatos, vírgenes o santos (don Pío, San Expedito, el padre Hurtado, santa Teresita de Los Andes, Juan Pablo II, etc.) fotos familiares, tarjetas de visita propias y de terceros, cuentas por pagar del agua, teléfono, electricidad, estado de cuenta de la AFP, boleta de citación al Juzgado de Policía Local, cartón del Kino, calendario y boletas de compraventa varias. Todo esto hace un total de 36 elementos.
Raya para la suma, son nada más ni nada menos que 102 elementos "indispensables".
Sin perjuicio del contenido, pero a causa de ello, la cartera adquiere una importancia adicional por sus usos. Uno de ellos es emplearla como arma de defensa o ataque. Esto es directamente proporcional a su tamaño, pero suele ser un error, porque todo dependerá de lo que lleve adentro. No se confíe de las carteras chicas. Un carterazo puede llegar a ser un arma peligrosa, especialmente en manos de una mujer con furia.
La cartera, siendo de género femenino tiene su contraparte masculina que es “el cartero”. Pero esto se refiere al oficio de repartidor de cartas. Un sujeto que cada vez cumple menos esa misión, por lo menos el que pasa por mi domicilio. El que me visita es un “cuentero”, porque me trae puras cuentas.
Finalmente diré que las mujeres son muy felices con sus carteras. Algunas las coleccionan. Tal como hay locas por los zapatos, también hay locas por las carteras. Hay una muy famosa conocida como “La Loca de la Cartera”.
Sin perjuicio del contenido, pero a causa de ello, la cartera adquiere una importancia adicional por sus usos. Uno de ellos es emplearla como arma de defensa o ataque. Esto es directamente proporcional a su tamaño, pero suele ser un error, porque todo dependerá de lo que lleve adentro. No se confíe de las carteras chicas. Un carterazo puede llegar a ser un arma peligrosa, especialmente en manos de una mujer con furia.
La cartera, siendo de género femenino tiene su contraparte masculina que es “el cartero”. Pero esto se refiere al oficio de repartidor de cartas. Un sujeto que cada vez cumple menos esa misión, por lo menos el que pasa por mi domicilio. El que me visita es un “cuentero”, porque me trae puras cuentas.
Finalmente diré que las mujeres son muy felices con sus carteras. Algunas las coleccionan. Tal como hay locas por los zapatos, también hay locas por las carteras. Hay una muy famosa conocida como “La Loca de la Cartera”.
Pero curiosamente también hay mujeres sin cartera, como la Soledad Alvear y la Michelle Bachelet, que tuvieron carteras muy importantes. Esto último revela otra condición de las carteras, son muy importantes, eso explica que una mujer nunca suelte la cartera así no más. Lo máximo es que preste y momentáneamente la chauchera. Por cierto, sólo de común acuerdo con el requirente. Digo yo.
Los paradigmas
A paradigma muerto, paradigma puesto
(publicado en el semanario Iquiquexpress en marzo de 2006)
Hace unos 15 años, un amigo me dijo, durante una acalorada discusión (de ideas) que yo tenía una mente llena de paradigmas y consecuentemente mi pensamiento era paradigmático. Hasta allí no más llegó la conversación. No porque se me hubieran acabado los argumentos sino porque a la sazón - debo reconocerlo con vergüenza – yo desconocía lo que eran los paradigmas y menos lo que podría ser tener una mente paradigmática. Por cierto en ese momento no iba a declararle mi ignorancia, así que preferí una sutil retirada. Me fui triste y cabizbajo a mi casa. Esto de los paradigmas debe ser grave pensé para mis adentros. ¿Se me notará mucho cuando hablo?
Pero en los tiempos actuales los paradigmas están en boca de todos y por todas partes hay manifestaciones que responden a conductas paradigmáticas. Antes los paradigmas habían estado tranquilitos durante largos períodos de la historia del hombre pero ya a partir del último cuarto del siglo pasado empezó una corriente innovadora que les echó el ojo. Lo más corriente hoy es que todo el mundo ande como loco y deseoso de romper paradigmas. Muchos nuevos gobiernos llegan al poder dispuestos a erradicar los paradigmas del pasado. Todo el mundo quiere cambiar algo, cualquiera cosa que tenga visos de paradigma. Lo importante es deshacerse de esas “trancas” que durante parte de nuestras vidas nos han impedido ser auténticos, libres, espontáneos, verdaderos y libres.
Aún cuando los paradigmas son un tema global, he podido observar que no todo el mundo sabe el alcance que tienen, sus características y los efectos. Por ello, me he permitido en esta oportunidad hacer una contribución explicando de manera simple este complejo asunto. Estoy seguro que al terminar de leer esta columna, aquellos que algo sabían de los paradigmas terminarán más enredados. Y los que nada sabían, bueno, esos, seguirán peor.
Lo primero que debe decirse es que los paradigmas no son buenos ni malos. No son positivos ni negativos. Son por decirlo de una manera gráfica, como Suiza durante la guerra mundial, neutral o neutro.
Y a propósito de ese país, comencemos las explicaciones imaginándonos una pregunta que pudo haberse hecho el año 1966. ¿Qué país dominará en el año 2000 la fabricación de relojes? Hace cuarenta años la respuesta inequívoca habría sido: Suiza. La respuesta era obvia. Durante los últimos sesenta años ese país había dominado el mercado. Los suizos fabricaban los mejores relojes del mundo. Todo quien quisiera un buen reloj, compraba un reloj suizo. Pero en 1980, los suizos habían perdido el 30% del mercado y hoy ya no figuran en el ranking. ¿Qué había pasado? Tuvieron un choque frontal con un cambio paradigmático. Los relojes dejaron de hacerse con engranajes, ejes y resortes. Nació el reloj a cuarzo (ellos mismos lo desarrollaron y lo presentaron en una feria y un japonés avispado les compró el invento. El resto es historia). Los suizos nunca cambiaron el paradigma de que los relojes siempre serían como los habían hechos. No se abrieron al cambio.
Los paradigmas están absolutamente asociados al cambio. Si no somos capaces de someter lo que hacemos al escrutinio, a la duda a la observación, no descubriremos que en el futuro están nuestras mayores posibilidades.
Si observamos los cambios trascendentales que han ocurrido en el mundo veremos que los más grandes fueron aquellos que significaron la ruptura de rígidos paradigmas:
Primer ejemplo: Japón fue durante años, el mayor fabricante de autos y electrónica del mundo (quién lo hubiera creído si al término de la segunda guerra los gringos los hicieron mierda). Segundo ejemplo: Los chilenos estamos trasformados en los mayores productores de salmones del mundo (especie que no existía en el país hace pocos años).
Todos estos son cambios paradigmáticos, que duda cabe. Entonces, ¿le queda claro lo que son los paradigmas? Si su repuesta es no, le sigo aclarando. Los paradigmas son como esas expresiones que nunca faltan en su trabajo y que se dicen cada vez que alguien propone algo nuevo. Yo las llamo las frases asesinas:
¡Eso no va a resultar! Aquí hacemos las cosas de otro modo. Nosotros siempre hemos hecho las cosas así. Ya lo intentamos y no dio resultado. Hacerlo de ese modo va contra nuestra política.¿Cómo se atreve a sugerir que lo que estamos haciendo está mal hecho? ¿Quién le dio permiso para cambiar las reglas?
Los paradigmas son un conjunto de creencias a las cuales les damos validez casi sacra. Tienen diferentes formas de presentarse y se instalan en las mentes y actúan como filtros que “cuelan” todas nuestras ideas y pensamientos al momento de expresarlos.
Durante años he ido juntando diversas palabras que representan subgrupos del concepto de paradigma: modelo, estándar, hábito, principio, valor, marco de referencia, sabiduría popular, sentido común, teoría, tradición, costumbre, ideología, superstición, doctrina, dogma, protocolo, suposición, patrón, conducta, inhibición, etc. Nótese que no agregué globalización, cultura, organización ni mercado, porque estas palabras son grupos de paradigmas. Verdaderos “combos paradigmáticos”.
Estimado lector, aquí hago un break para medir su nivel de comprensión sobre el tema de los paradigmas. Señalaré un conjunto de frases o ideas a fin de que usted identifique las que cree son producto de un paradigma. De esta forma sabré si ha entendido: Los hombres no lloran. Las mujeres manejan mal. Guagua que no llora no mama. La Educación es función del Estado. Jesús es el hijo de Dios. La bandera chilena es la más linda del mundo. La puntita no más. El hombre en el trabajo, la mujer en el hogar. El mejor amigo del hombre es el perro. Los hombres chilenos son machistas y las mujeres feministas. La democracia es la menos mala de las formas de gobierno. Las AFP´s nos roban nuestra platita. El cobre es el sueldo de Chile. Pinochet nos salvó del comunismo. Ricardo Lagos gobernó como un derechista de izquierda. Desde los cuarenta todas las mujeres se ponen rubias. La paridad es una discriminación al mérito.
Si usted logró descubrir las frases libres de paradigmas, le felicito, está bien alineado con los tiempos y el futuro le depara grandes novedades, porque tiene la mente abierta.
Pero lo que seguramente no descubrió es que todo este artículo es un paradigma. Se lo digo yo, que soy un ser paradigmático en estado de cambio permanente.
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