Dime como hablas y te diré si eres chileno
(publicado en el semanrio Iquiquexpress el 7 de septiembre de 2005)
Lo he dicho, me encanta el lenguaje escrito y he sido reiterativo en eso. Pero ahora he ampliado mi aprecio también por el idioma hablado. Esto, tras leer hace pocos días un artículo que trataba el tema, pero no desde la perspectiva idiomática ni del uso del lenguaje propiamente tal, sino en un aspecto específico: la voz. Esto es, la forma en que se expresa el idioma y mejor dicho aún, cómo se nos escucha. Y en este caso me referiré al cómo es “el hablar nacional”. O sea, cómo es la voz de los chilenos.
Una cosa que quisiera aclarar primero es que, independiente de mi interés por el tema y las opiniones que emita, debo informar que no tengo la menor idea de otorrinolaringología, fonoaudiología u otra especialidad asociada al tema. Esto lo aclaro para evitar que algún lector despistado crea que soy un experto y luego se decepcione.
Lo que debemos tener en cuenta de partida, para no frustrarse tanto (porque advierto que en este tema no quedaremos bien parados) es precisar algo que casi a todos nos pasa. Cuando escuchamos nuestra voz en una grabadora, no nos gusta. Incluso solemos no reconocerla como propia. Los recuerdos de la propia voz escuchada por nuestros oídos cuando hablamos, no es igual. Pero esto no es tan grave, lo peor ya viene.
Efectivamente, la opinión viene de fuera. Al decir de extranjeros, especialmente los vecinos argentinos, peruanos y bolivianos, nosotros hablamos “cantadito”, muy rápido. Nos “comemos” la ultima sílaba de las palabras y particularmente nos hacemos un picnic con las “eses”. Afortunadamente son las eses y no las heces, pero ese es otro cuento.
Pero no es lo peor. También nos dicen, especialmente nuestros “hermanos” argentinos, que tenemos voz de pito, voz aflautada. Y si los apuramos un poco, dirán que tenemos voz de “fletos”. Lamentablemente esta característica también se conoce más allá del charco. Por eso en Europa circula un chiste que dice que “en Latinoamérica es imposible encontrar a un argentino humilde y a un chileno que hable con voz de hombre”.
Me pregunto si en esto no habrá tendido algo que ver don Pablo Neruda, que tuvo la pésima idea de ponerse a recitar sus maravillosos versos, una vez que recibió el premio Nobel.
Sin embargo, los expertos dicen que no hay nada en la conformación de la estructura bucal del chileno, su lengua, forma de disposición de la dentadura, altura del paladar, cuerdas vocales, que sea diferente al resto de los mortales como para que tengamos tan mala voz y que pueda ser considerado de voz “caprina” como lo dijo una vez la Yolanda Montecinos refiriéndose a la voz del Pollo Fuentes.
En verdad, no tenemos una buena voz y menos seductora. Eso también nos complica a la hora del romance. Por ello, también nos va mal por ese lado, porque para hablarle al oído a una dama, una voz “abaritonada” ayuda muy poco. Esto también es válido para las féminas. La gran mayoría de nuestras mujeres tiene voz muy aguda, de pito. Es lamentable que así ocurra ya que cuando la voz es un poquito más ronca y profunda (por causas naturales no por el exceso de puchos) resulta seductora e incluso afrodisíaca.
Pero si se tiene una voz tipo Osvaldo Puccio (como pito y pa´dentro) o como la de Willy Sabor (como si estuviera en el Terminal Agropecuario en un remate de sacos de papas) o como la de Carla Ballero (del tipo quebrada y asmática como a punto de abandonar el mundo) o del tipo Arturo Longton (aguda como la de los niños cantores de Viena) no cabe duda que si esto representa a prototipos de voces del chileno medio, estamos sonados como arpa vieja.
Sin embargo, sigo con los expertos, ellos dicen y yo lo corroboro como experto asociado, que los chilenos, como todo el mundo, hablamos en la misma frecuencia, solo que más aflautadito, más cantadito y más rapidito. Esto del “ito” es lo que en parte genera el cuento de nuestra voz “de poco hombre”.
Esta forma de hablar, se dice que es un problema de carácter, de personalidad. Como somos tímidos y acoquinados (no se establezca ningún relación con el cinco a cero con Brasil, por favor) hablamos despacito y en “chiquitito”, para no ofender a nadie. Nunca diremos “mozo, sírvame un café bien cargado” , sino, “jefe, sírvame un cafecito bien cargadito”. Y es justamente en ese hablar bajito, tratando de no molestar, de no ofender, nos hace sonar la voz más aguda, tembleque y amariconada (esto último lo digo con respeto y pena, pero este año, otra vez, estoy comprometido con la verdad). Y cuando eventualmente y ya en un arranque explosivo de euforia queremos sacar una voz fuerte y asertiva, nos sale enojada, pero afirulada.
Esto está provocando gran preocupación en muchos profesionales y personas que a causa de sus oficios, la voz es una importante herramienta de trabajo. Las escuelas de locutores están preparando como locos a comunicadores, profesores, actores, políticos, vendedores y actualmente a muchos abogados que con la reforma Penal saben que a la hora de las audiencias, con la voz que tienen, pueden terminar con el implicado inocente en el chucho.
En lo personal no estoy muy contento con mi voz, porque la encuentro muy aguda, poco seductora y medio pa´dentro. Por eso es que prefiero cantar pues se nota menos y también escribir, porque ahí no se nota nada. A veces pienso que lo que me falla es más practica con la lengua. Por esta razón ando buscando una profesora de lenguas para que me ayude con el texto oral.
Finalmente debo reconocer que lo que dicen los argentinos de que hablamos como fletos, me dejó choreado. Sin embargo pensé de inmediato en Horacio de la Peña, que tiene una voz de pito y de vieja que no se la puede. A lo mejor por esa razón lo querían nacionalizar chileno. Cumplía el primer requisito, no hablar como hombre. Digo yo.
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