Yo se que el título de este artículo no es muy académico. Fue deliberado, el propósito es que nadie se muestre indiferente y pase de largo esta página.
El tema de hoy es sobre los ancianos. Pero si para hablar de aquellos hubiere titulado “tercera edad, adultos mayores, ancianos, o simplemente abuelitos” estoy aseguro que la mayoría de los lectores ni se habría motivado a leer. Si usted ya llegó hasta aquí, se estaría cumpliendo mi objetivo.
Partiré reivindicando - en la medida de lo posible como decía Aylwin - la expresión “cabrón” usada en el título. La Real Academia de la Lengua, además de decir que cabrón es el macho de la cabra, reconoce que es un adjetivo vulgar y que no es elegante referirse así de las personas. Define al cabrón simplemente como toda persona que hace o dice pesadeces, es molestoso, difícil de soportar y de habitual mal humor. Nada tan grave porque tipos así hay miles. Yo me encuentro a cada rato con cabrones en el banco, en la notaría, en el café en el estacionamiento o en la Zofri. Es más, creo que estamos invadidos de gente enojona y de mal humor. Por donde uno vaya hay cabrones que a uno le amargan la vida.
Cuando los años pasan y el cabrón envejece, ahí se convierte en “viejo cabrón” y llamar a alguien así se transforma en un epíteto más agresivo y poco amigable. Pero nunca tan grave, porque en general los viejos cabrones son aceptados socialmente porque, aún siendo pesados, enojones, cascarrabias e hinchapelotas, se les tolera por la edad.
Sin embargo cuando la expresión alcanza gravedad es al aplicarla al género femenino. Decir por ejemplo que una mujer es una vieja cabrona... uyuyui, mejor ni lo piense. Aquí lo enojón, lo mal genio o lo intolerante que caracteriza al cabrón o al viejo cabrón, resultan casi como una descripción de un personaje de cuento de hadas frente a la connotación del descalificable “vieja cabrona”. Ni la vieja cahuinera, la vieja intrusa, la vieja ordinaria o la mismísima vieja Julia, por mencionar algunas categorías, se acercan siquiera a esta ofensa de grueso calibre. Afortunadamente –aún cuando no hay datos duros- se sabe que la población de viejas cabronas por kilómetro cuadrado es bajo. No hay tantas como algunos creen, pero de haberlas las hay.
Pero esto no era el tema de hoy. Yo quería compartir una idea sobre la vejez. Sostengo que ser viejo tiene algunas ventajas y que este estado no es tan malo. Por ejemplo, los viejos tienen entradas rebajadas en cines, teatros y espectáculos. Filas especiales para cobrar o pagar. Turismo subsidiado. Gozan de privilegios en casa, no los mandan a nada complicado, cansador o de riesgo. Con suerte, que compren el pan, rieguen el pasto o reciban la correspondencia. Pueden dormir siestas con pijama si quieren, acostarse temprano o quedarse dormidos donde lo sienten. Están autorizados para olvidar, perderse y que nadie les pregunte donde estuvieron. Y las ventajas biológicas son espectaculares. No escucharán ni la mitad de los ruidos y les podrán contar todas las semanas el mismo chiste. En fin, no es tan malo ser viejo, es cosa de acostumbrarse. Y un buen consejo final: hay que tratar siempre muy bien a los hijos, porque ellos son los que le elegirán el asilo. Digo yo.
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