Publicado en la Estrella de Iquique el 30 de abril de 2011
Los amantes de la música romántica popular coincidirán conmigo en que “perdón”, es una palabra muy utilizada en los boleros. Entre estrofa y estrofa siempre alguien pide perdón por algo que hizo o dejó de hacer. Pero ahora es más frecuente que la petición de perdón venga desde el mundo político, económico, deportivo, social, empresarial o institucional. Surge de todos lados como una epidemia que cada día gana más contagiados. Cada día se suma alguien que necesita pedir perdón por algo.
Lo curioso es que para que exista la necesidad de pedir perdón, antes debió haberse cometido una falta, un pecado, una acción u omisión que produjo daño. Porque el perdón es la fase final de algo anterior. Por lo tanto, mientras más peticiones de perdón hagamos, es porque harto mal, nos habremos portado antes. Porque “amor es nunca tener que pedir perdón”. Sin embargo la proporción de peticiones de perdón y la comisión de pecados es asimétrica. Es mínimo el número de quienes lo hacen y menos públicamente. Que alguien pida perdón es tanto una curiosidad como una noticia, porque la gran mayoría de las faltas no se confiesan y menos se pide perdón por ellas.
La lógica indicaría que entre más grande sea la falta, más “contundente” debiera ser la petición de perdón. Se esperaría una relación equilibrada del perdón y el daño ocasionado. También debiera ser pública y expresada por quien tenga rango calificado. Un perdón de clase mundial, como los del Papa Juan Pablo II. Lo hizo cuando se refirió a los "errores de exceso" condenando la intolerancia y hasta la violencia de la Inquisición. Sobre el Holocausto pidió perdón por las conciencias adormecidas de los cristianos durante el nazismo y la inadecuada resistencia espiritual ante la persecución de los judíos. Pidió disculpas por las Cruzadas las que calificó de erróneas expediciones armadas. También pidió perdón a los pueblos nativos africanos y de los Estados Unidos por los excesos de los misioneros y reconoció que los cristianos estuvieron entre los que más destruyeron la forma de vida de las razas originarias.
En Chile hemos escuchado mucho la palabra perdón en estos días. Lo hizo el cardenal Errázuriz, Ezzati, la ex ministra de Vivienda y la ex intendenta de Concepción. Esto contagia sin duda porque hasta Ollanta Humala se infectó y quería que Chile le pidiera perdón a Perú. También es posible visualizar posibles “perdones” en el horizonte. El de Borgi por ejemplo, si nos va mal en la Copa América y no clasificamos al Mundial. El de la ANFP que pediría perdón por lo de Bielsa.
Para mí el perdón más esperado es el de multas e intereses del SII. Una vez le pedí a un amigo judío que me perdonara la comisión usurera que me cobraba por un escuálido préstamo. Le di razones e incluso le hablé del Yom Kippur (Día del Perdón), por si lo convencía. Fue para peor, me retó y luego me subió la tasa. Mi amigo no tiene perdón de Dios. Ni perdón ni olvido. Digo yo.
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