Publicado en la Estrella de Iquique el 9 de abril de 2011
Desde hace mucho he notado que la legislación chilena tiene un marcado afán normativo y regulatorio. Un propósito de dirigismo estatal que no me agrada porque por convicción y doctrina me declaro un libertario. No me gusta cuando el Estado quiere resolverlo todo, metiéndose en todo y prohibiendo todo.
Pero he advertido también que es cierto que los chilenos somos muy legalistas y nos gusta el control. Estamos convencidos que para poder funcionar bien, todo debe estar en la ley. Siempre se requiere una norma y si no está hay que sacar una ley rápidamente. Luego nos percatamos que aún con ley las cosas no funcionan. Ahí promovemos una nueva ley. Y en eso nos pasamos. Con la tinta aún húmeda del Diario Oficial donde se publicó la nueva ley, ya un grupo de parlamentario está presentando una nueva para los ajustes.
Finalmente nos vamos habituando a cumplir un libreto ciudadano que nos dice lo qué hay que hacer, cuándo y dónde. Desde cómo comportarnos en el estadio, por cuál puerta subir a un bus del Transantiago, en que horario no debemos sacar la basura domiciliaria o qué deben comer los cabros chicos en los colegios en los recreos.
Córtenla señores legisladores. El año pasado algunos tuvieron la ocurrencia de proponer una ley que quería obligarnos a escuchar un porcentaje determinado de música chilena diario, exigiendo a su vez a las radioemisoras un tiempo obligado de emisión. No sé si esta pesadilla prosperó. Si ya fuera ley sería infractor pues no he escuchado ni una tonada.
Todo está o debe estar regulado. Y regular es sinónimo de limitar. Esto me preocupa pues de esta forma no hay espacio para la creatividad y las nuevas ideas. Una verdadera castración de la iniciativa privada. Días pasados un amigo muy católico me decía en el café que hábito de confesión y comunión dominical lo tenía abrumado Había perdido la iniciativa. Se estaba poniendo rutinario, siempre cometiendo los mismos pecados y con la misma persona. El curita ya no le estaba creyendo. ¡Qué lata!
La ley que regula la venta de “comida chatarra” en los colegios, es otra clara muestra de esta tendencia de cercenar la libertad. La norma no va en el sentido correcto, porque si el producto es malo, nocivo o peligroso para la salud, no habría que prohibir su venta sino su fabricación. Si la comida chatarra en general es mala, para qué autorizan las franquicias de MacDonald, Kentuky Fried Chicken , Pizza Huts, y tantas otras. En una sociedad libre, democrática y madura, el ciudadano puede elegir y decidir. Si desea ser gordo o flaco, fumador o no. Soltero o casado, católico, protestante o ateo. Bueno para el copete o abstemio. Macho recio o gay. El Estado no puede prohibir que se venda la comida basura, si antes ya autorizó que se fabrique se importe o distribuya.
Lo peor es que con la nueva ley lo único que se logra, además de castrar la libertad, es que los cabros se inicien en el micro tráfico del superocho y las papas fritas. Claro que lo bueno es que desarrollarían desde chiquititos el espíritu empresarial. Pero hay que reconocer que los niños están obesos y debemos cuidar su salud. Pero no prohibiendo sino con la fórmula de la educación. La culpa no es del lomito de chancho, sino del que le da el afrecho. Digo yo.
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