(Publicado en el diario El Longino de Iquique, el 3 de noviembre de 2013)
A pesar de que Halloween es de
origen gringo y rememora tradiciones celtas que aquí poco conocemos, lentamente
ha ido imponiéndose como una de las fiestas más celebradas a nivel nacional. Después de
la Navidad y el día del Niño es posiblemente la que se gana las preferencias familiares.
Primero fueron los niños y ahora son
los adultos los que le han perdido el miedo a los muertos. Para la víspera del llamado
Día de los Muertos o de Todos los Santos aparecen grupos de niños disfrazados que
recorren sus barrios pidiendo golosinas. Muchos, acompañados por adultos también
disfrazados, a modo de guardianes para cuidarlos, no precisamente de otros
niños evitando que les hagan “la mexicana” de los dulces, sino de los auténticos
malvados que pueden aprovecharse de la fiesta para sus fechorías.
Lo interesante de esta fiesta es que
cada vez es más participativa y que a
los muertos, vampiros, diablos, momias, esqueletos, ahorcados, etc., se han agregado ahora disfraces más convencionales:
reinas, princesas, duendes, monos animados, figuras del cine y la televisión, como
también otras que intentan poner el equilibrio entre lo malvado y lo bueno, lo
santo y lo diabólico, lo feo y lo bello. Esto especialmente motivado por ciertas
sensibilidades y creencias que ven en esta celebración algo pagano, diabólico y hasta ofensivo a alguna divinidad.
A pesar de los muertos, diablos,
zombis, degollados y de la sangre que circula por las arterias de muchísimos
barrios de todo Chile, la jornada de la
noche de Halloween es tranquila, segura, festiva, inocente, alegre y no se
condice con la imagen tétrica que muchos podrían imaginar. Por el contrario, la noche de Halloween es
mucho más tranquila que una final de partido entre la U y la Católica. Y muchísimo más plácida que noche
de triunfo de la selección chilena. Que yo sepa, de la reciente noche de
Halloween no hay constancia de muertos, heridos, destrozos ni choques a causa
de los dulces ni menos de las travesuras A lo más alguna diarrea infantil por
exceso de chocolate. Afortunadamente en las noches de Halloween solo hay sangre
de utilería.
La gente se divierte con esta
fiesta y por eso veo que Halloween está derivando lenta pero segura a
convertirse lo que antaño fueron las Fiestas de la Primavera y eso se debe,
creo, a los humanos les gusta disfrazarse. Me han contado que muchos maridos,
en la intimidad de sus alcobas, les piden a sus parejas que se disfracen de
enfermeras, policías, gatúbelas, etc. Asimismo el Año Nuevo, también convoca
cada vez más y más disfrazados y ya no hay fiesta de matrimonio que no termine
con los invitados con antifaces, pelucas,
sombreros y cotillón.
Por eso y mucho más, pienso que hay
que reivindicar las fiestas de disfraces. Y veo que ya estamos bien encaminados.
En toda familia chilena siempre hay “un diablillo, una princesita, un vampiro (adolescente
que duerme de día) y el diablo”. Ah… y por cierto está la malvada bruja, digo
yo.
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