Publicado por el diario El Longino de Iquique el 23 de febrero de 2104
Próximos a iniciar marzo, es difícil no tener la
sensación de que ahora sí que comienza el año. Y a pesar de lo que dice la cumbia de Tommy Rey “Un año más
qué más da”, aquello depende de la edad que se tenga y según como pasen
los años. Y de lo que ha ocurrido en estos lapsos se puede hablar mucho y por cierto también escribirlo, privilegio
que tenemos los que ya tenemos tribuna para aquello como también varias
juventudes acumuladas en el cuerpo.
Y a propósito de acumulación, lo que yo he ido
haciendo además de coleccionar años es reunir vivencias. Lo malo es que con los
años, éstas empiezan a perder nitidez. Por ello que hace algunos meses
decidí poner a trabajar el más importante músculo del ser humano: el cerebro.
Coincidentemente con esto, un amigo me regaló un
libro en inglés titulado Keep your brain alive (debe haber notado algo además de mi pérdida
de fluidez del inglés que se está pareciendo al del tipo del aviso de la TV) el
que propone 83 ejercicios neurobióticos que ayudan a prevenir la pérdida de la
memoria y que mantienen la mente en forma. Puso como dedicatoria: “Con mucho efecto para Patricio, espero
que le sea útil para mantener su cerebro como el de un adolescente”. Nada personal por cierto, se trata bde un buen amigo.
Por mi parte había estado intentando mantenerme en
buen estado mental leyendo mucho más, resolviendo diariamente puzles y Sudokus a lo
que agregué el Cubo de Rubik. Logré armarlo por primera vez después de tres
semanas de práctica, incluyendo por cierto apoyo en la red. Ahora lo puedo hacer solito y en 15 minutos. El
record mundial lo tiene un chino de 10 años que lo resuelve en menos de 12
segundos.
Tomé la decisión de hacer algo en beneficio de mi
cerebro tan pronto empecé a notar que ya no recordaba el significado de algunos
términos que me habían acompañado en parte de mi vida, a olvidar el nombre de
muchos conocidos, a tener que anotar las claves y las password de los equipos y
a perder con mucha frecuencia las llaves. Incluso me olvidé algunas veces de escribir
esta columna con las 24 horas de antelación a las que me comprometí. Mi justificación
a mi olvido solía ser “es que estoy metido en tantas cosas”. Una mentirilla piadosa desde luego.
Lo que la neurociencia nos dice es que
afortunadamente las neuronas pueden expandirse. No se puede evitar que se
mueran por millones cada día, pero las
que permanecen vivitas y coleando pueden engordar o mejor dicho, ponerse en buen
estado atlético para los procesos de recordar, relacionar, pensar y sentir.
A modo de práctica con mis lectores, les propongo
aquí algunos términos, palabras que me fueron familiares en mi antigua niñez y
adolescencia. Si algunos lectores no los entienden o les son desconocidos
podría ser porque son muy jóvenes y nunca los tuvieron en la memoria o porque ya
están viejos y se les borraron. Si los
recuerdan aún siendo “adultos mayores”, significa que están súper bien chiquillos.
Este es el test de la blancura: babieca, bicoca,
biyuyo, botica, carcamán, cataplasma, armatoste, casquivana, cocoroca,
churrines, copetín, chancleta, churro,
encamarse, escapulario, farolero,
galeno, gomina, gorila, himeneo, invertido, lenteja, mamarracho, mameluco, ósculo,
pichicatero, pituco, refrigerio, soliviantado, paletó, pelafustán,
pudiente, sopetón, sucucho, soponcio, tertulia, trompa, urguete, banlón, yapa,
victrola, zangolotear, zarrapastroso.
Esta columna y el listado de palabras old fashion que les he propuesto, me
han servido para tomar conciencia de mi edad, de muchos amigos y también de que he mejorado la
memoria. porque recordé más del 90%. Sigo bien, digo yo.
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