miércoles, marzo 12, 2014

Talán talán… se acabó el recreo

Publicado en el diario El Longino de Iquique el 16 de febrero de 2014
 
No es mi intención echarle a perder las vacaciones a nadie ni tampoco me gustaría que se me tildara de aguafiestas. Usted podrá hoy estar tirado de guata en la playa, disfrutando de sus merecidas vacaciones leyendo el diario y tan solo de ver el título de esta columna se le corte la leche. Que   tenga un aterrizaje forzoso con la realidad. En pocos días más, “los niños entran a clases”.
¡Oh my God! como dice una amiga, se acabó el recreo para los padres, comienza  un nuevo año escolar. Tan solo recordar que se viene la compra de las fatídicas y onerosas listas de útiles escolares,  las  levantadas temprano, los tacos de autos entre otras “dificultades citadinas", recién uno toma conciencia de que el año en rigor no comienza el 1 de enero de cada año, sino del día en que los chiquillos vuelven a clases.  
Este acontecimiento es un drama anual que ya con el correr de los años debiéramos tener mucho mejor asumido. Lo vivimos durante muchos años los que fuimos padres-apoderados  de la Básica a la Media y es una experiencia que se vive día a día por muchos años con pequeños break por vacaciones. Las de invierno un pequeño respiro y las del verano, un poco más holgadas. Por suerte en este país somos pródigos en fines de semanas festivos.
La situación tiene de dulce y de agraz. Para muchos es un alivio que los cabros reinicien su período escolar. ¡Por fin… ya no los soportaba más en la casa! Otros en cambio los echarán de menos y esperarán con ansias su regreso cada día. Todo depende de muchas variables: la edad del querubín, la cantidad de hijos estudiantes, la cercanía- lejanía del establecimiento, etc.
Cualquiera que sea la configuración familiar y sus características, hay sin embargo algunas manifestaciones típicas que en el día de inicio de las clases se presentan. Y hay una en particular que se gana el premio: el genio,  también conocido como carácter. Ese día y esa mañana del primer día de clases del año, extrañamente  la gente se levanta atrasada y por esa causa se enrabia fácilmente y por muchos motivos.  Imaginemos la escena de una familia con tres niños entre 8 y 12 años. En el lapso que media entre el “levántense que estamos atrasados” expresado con bastante vigor y subido de tono, y las preguntas impregnadas de incertidumbre como “pusieron las colaciones en la mochila”,  “se lavaron los dientes” el ambiente se pone tenso. Por otro lado están los retos. Estudios al respecto  han permitido advertir que antes que los niños salgan de la casa con rumbo al colegio, ya los papás los han retado a lo menos ocho veces. Verifíquelo.     
El inicio de clases es un ritual que con los años se automatiza y no produce traumas, salvo adicción. Dura hasta, no me consta si perdura en la universidad. En el caso de los que recién se inician, en los papás “virgenes” y que vivirán este año su primera experiencia, no deberían tener problemas porque la situación está llena de ternura: “amorcito despierte, hoy hay que ir al Jardín”. Luego serán recibidos por cálidas y amorosas tías, ambiente de puro amor solo roto a veces cuando el educando no quiere separarse de su madre y hace una pataleta memorable.  Algunas mamás han pasado su par de horas incrustadas en sillitas con medio trasero al aire, para permitir la adaptación social del divino tesoro. Qué duda cabe,  la educación merece nuestro mejor esfuerzo, digo yo.  

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