En 1960, se publicó un libro que en poco tiempo vendió
millones de ejemplares. Los autores, Louis
Pauwels y Jacques Bergier trataron temas
muy novedosos: supuestos fenómenos parasicológicos, civilizaciones
desaparecidas, esoterismo y sus
conexiones con el nazismo y otros asuntos, que supuestamente podían dar comienzo
a nueva revolución capaz de cambiar los modelos imperantes. Una suerte de revolución
cultural que generó gran expectación y que fue objeto de críticas muy elogiosas
y también demoledoras.
En el libro, titulado El Retorno de los Brujos, los
autores planteaban que había una suerte de “sabiduría” que era patrimonio exclusivo de un grupo de personas
especiales, que tenían, de alguna manera, el monopolio de la verdad. Esto suena
igual o parecido a lo que se ve en los momentos actuales. El gobierno y la
nueva camada de dirigentes, que se aprecian en serias dificultades, empiezan a escuchar voces venidas así como de ultratumba que dicen: Hay
que cambiar el gabinete, Peñailillo no da el ancho, hay que adelantar las
elecciones, etc. etc.
Vivimos el retorno de los brujos y sus voces están
plenamente identificadas. Son los viejos estandartes, aquellos históricos de
los partidos de la antigua Concertación. De la tienda política multipartidista
de la época de Allende, post Allende y un poco del primer período de Bachellet. De los brujos
que retornan los más visibles que recuerdo son Sergio Bitar, Edmundo Pérez Yoma, José Miguel
Inzulsa, Camilo Escalona y Carlos
Ominami. Son los que se las saben
todas. Por eso se autorizan así mismo para opinar y pedir lo que se les pase
por sus cabecitas. Pero, lo que este grupo de magos parece no haberse dado cuenta,
es que estamos en el 2015, y que las
cosas han cambiado radicalmente y que el peso específico de los políticos en
general, incluidos los brujos, es menos que el de un paquete de cabritas. Ya no
pesan. Por respeto a la trayectoria, quedan
fuera de esta selección los brujos Premium: Patricio Aylwin, Ricardo Lagos,
Eduardo Frei y el aprendiz de brujo, Sebastián Piñera.
Dentro de las fórmulas (pócimas) que ofrecen estos brujos,
no pueden faltar: adelantar las elecciones;
llamar a asamblea constituyente; cambiar el gabinete, adelantar las elecciones
y otras. Todo esto, para evitar que
Chile muera (institucionalmente). Y que todo cambie para que siga igual.
Tal como en el libro, hay una “realidad fantástica”,
una forma de leer el momento y el contexto, que siempre es mucho más complejo
de lo que suponemos. La percepción de los hechos y nuestro juicio acerca de lo
verdadero y lo falso podrían estar sesgados por los nuevos estándares. La
corrupción por ejemplo, aceptarla como algo que siempre ha existido y que todo
el mundo la acepta. Por eso lo de ahora parecería
malo, anormal o ideológicamente falso, pero podría no serlo, pues todo depende
cómo se mire, cuándo se mire y para qué se mire. O que no se mire. Y siendo así,
un borrón y cuenta nueva podría terminar siendo excelente y el categórico caiga quien caiga, un desastre.
Sin considerar la fórmula salvadora
–cuando ya se está en las perdidas- echarle tierra a todo, “por razones de Estado”, para lo cual podrían
servir las otrora famosas retroexcavadoras.
Lo positivo sería que el ciudadano libre de
prejuicios, teorías y concepciones caducas
vuelva a mirar directa y valerosamente los hechos cara a cara, antes de
decidir. No creer a raja tabla lo que dicen
los brujos, ni menos las brujas y sus asesores.
Leí el libro siendo muy joven sin entenderlo mucho. Pero
igual me produjo retortijones. Por eso que cuando me entero del retorno de los
brujos nuevos, formados “en la vieja política”, me da miedo. A pesar de que yo no creo en brujos Garay,
pero yo se que de haberlos, los hay. Digo yo.
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