martes, febrero 05, 2013

El chicle de caca


Tengo un amigo que usa una expresión a mi juicio muy certera, muy gráfica, pero a la vez muy asquerosa. Me refiero por cierto a la frase que titula esta crónica: el chicle de caca.

Y el asunto me interesa no solo por la singularidad de la expresión, lo "exótico" del saborizante  o la constitución de este chicle, sino por los efectos  que produce en los seres humanos masticar esta singular “golosina”.

Mi amigo cree –y así he empezado también yo a coincidir- que por la vida cotidiana  circula un conjunto no despreciable de seres humanos que sus rostros reflejan desagrado, molestia, rabia contra el mundo, reclamo intrínseco, odio parido e incluso  hasta mal aliento pues de su boca no salen sino puras nauseabundas palabras, pésimas ideas, reclamos persistentes y escupitajos lingüísticos en forma de coprolalias repulsivas.  Eso es muy visible.  Representan una forma singular de andar por el mundo enojados  in extremus  por cualquier cosa que ocurra (en el mundo) o les ocurra (en su mundo) .  Están en la categoría de sujetos de “radiador  chico”, entiéndase que " se calientan muy rápido” y  que sus caras reflejan aquello pues jamás se les verá ni con una falsa sonrisa. Expresión del rostro que pendula entre “como comiendo limón o como tomándose una cerveza caliente (la cerveza) . 

La parte buena de la noticia es que los chicles de caca no están en el mercado, no se fabrican ni en China y que su principal mérito podría ser que se trata de un emprendimiento personal propio de cada país.  Es de autofabricación para su uso y goce.
Información calificada asegura también que probablemente sea uno de los emprendimiento humanos más antiguos.  Se presume además, que el hombre fabricó los chicles de caca para dar salida, libre expresión a estados emocionales de rabia, molestia, negativismo, odiosidades, hinchamiento de gónadas, reclamaciones múltiples, refunfuñamientos, pateos de perras, emputecimientos y otras malas ondas de similar y perversa naturaleza. Y lo peor, es que esto habría estado presente ya en los homos sapiens en las mismísimas e inhóspitas  cavernas del período jurásico.  

La mala noticia es que masticar chicles de caca es un pésimo hábito y para peor, adictivo y heredable. En cuanto al sabor, dicen que el chicle de caca es amargo, con aroma  ligeramente cítrico y con reminiscencias de ácido sulfúrico.  Y por lo mismo, tendría en general un insoportable olor a mierda. En cuanto a su constitución, en general sería pastoso, de consistencia gelatinosa, color parduzco y que habría variedad de texturas,  olores, aromas y sabores.  Pero independientemente de lo constitutivo,  el efecto es invariable. Pone de mal genio a las personas, les hace andar siempre enojados, negativos, molestos, criticando sin aportar nada y reclamando permanentemente sin encontrar nada bueno. En pocas palabras, conectados siempre al polo negativo de la batería. (Esto me recuerda a algunos políticos, doy como ejemplo a Andrade, el presidente del PS y a nuestra joyita local, el diputado barba- rojo).  Andan siempre como masticando el chicle de caca.         

Si usted ha tenido la buena suerte de no encontrarse nunca con masticadores de chicle de caca, dese con una piedra en los pechos, porque ya son legiones. Si quiere echarles un vistazo, métase en alguna red social  y lea lo que la gente opina. Allí podrá empezar a “cacharlos”. Son los que jamás dicen algo positivo, nunca agradecen  nada, nunca dan ideas positivas, siempre mostrando rencores, resentimientos sociales, hablando mal de los demás,  etc., etc. En verdad son unas verdaderas plastas que no aportan nada constructivo. Andan por la vida con su coprofagia. No hay salud, digo yo.

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