Tengo un amigo que usa una expresión a mi juicio muy certera, muy gráfica, pero a la vez muy asquerosa. Me refiero por cierto a la frase que titula esta crónica: el chicle de caca.
Y el asunto me interesa no solo
por la singularidad de la expresión, lo "exótico" del saborizante o la constitución de este chicle, sino por los
efectos que produce en los seres humanos
masticar esta singular “golosina”.
Mi amigo cree –y así he empezado
también yo a coincidir- que por la vida cotidiana circula un conjunto no despreciable de seres
humanos que sus rostros reflejan desagrado, molestia, rabia
contra el mundo, reclamo intrínseco, odio parido e incluso hasta mal aliento pues de su boca no salen
sino puras nauseabundas palabras, pésimas ideas, reclamos persistentes y escupitajos lingüísticos en
forma de coprolalias repulsivas. Eso es muy visible. Representan una forma singular de andar por el
mundo enojados in extremus por cualquier
cosa que ocurra (en el mundo) o les ocurra (en su mundo) . Están en la categoría de sujetos de “radiador chico”, entiéndase que " se calientan
muy rápido” y que sus caras reflejan aquello
pues jamás se les verá ni con una falsa sonrisa. Expresión del rostro que pendula entre “como comiendo
limón o como tomándose una cerveza caliente (la cerveza) .
La parte buena de la noticia es que los
chicles de caca no están en el mercado, no se fabrican ni en China y que su principal mérito podría
ser que se trata de un emprendimiento personal propio de cada país. Es de autofabricación para su uso y goce.
Información calificada asegura también que probablemente sea uno de los emprendimiento humanos más antiguos. Se presume además, que el hombre fabricó los chicles de caca para dar salida, libre expresión a estados emocionales de rabia, molestia, negativismo, odiosidades, hinchamiento de gónadas, reclamaciones múltiples, refunfuñamientos, pateos de perras, emputecimientos y otras malas ondas de similar y perversa naturaleza. Y lo peor, es que esto habría estado presente ya en los homos sapiens en las mismísimas e inhóspitas cavernas del período jurásico.
Información calificada asegura también que probablemente sea uno de los emprendimiento humanos más antiguos. Se presume además, que el hombre fabricó los chicles de caca para dar salida, libre expresión a estados emocionales de rabia, molestia, negativismo, odiosidades, hinchamiento de gónadas, reclamaciones múltiples, refunfuñamientos, pateos de perras, emputecimientos y otras malas ondas de similar y perversa naturaleza. Y lo peor, es que esto habría estado presente ya en los homos sapiens en las mismísimas e inhóspitas cavernas del período jurásico.
La mala noticia es que masticar
chicles de caca es un pésimo hábito y para peor, adictivo y heredable. En
cuanto al sabor, dicen que el chicle de caca es amargo, con aroma ligeramente cítrico y con reminiscencias de ácido sulfúrico. Y por lo mismo, tendría
en general un insoportable olor a mierda. En cuanto a su constitución, en general sería pastoso, de
consistencia gelatinosa, color parduzco y que habría variedad de
texturas, olores, aromas y sabores. Pero independientemente
de lo constitutivo, el efecto es invariable.
Pone de mal genio a las personas, les hace andar siempre enojados, negativos, molestos, criticando sin aportar nada y reclamando
permanentemente sin encontrar nada bueno. En pocas palabras, conectados siempre
al polo negativo de la batería. (Esto me recuerda a algunos políticos, doy
como ejemplo a Andrade, el presidente del PS y a nuestra joyita local, el
diputado barba- rojo). Andan siempre como masticando el chicle de caca.
Si usted ha tenido la buena
suerte de no encontrarse nunca con masticadores de chicle de caca, dese con una
piedra en los pechos, porque ya son legiones. Si quiere echarles un vistazo,
métase en alguna red social y lea lo que
la gente opina. Allí podrá empezar a “cacharlos”. Son los que jamás dicen algo
positivo, nunca agradecen nada, nunca
dan ideas positivas, siempre mostrando rencores, resentimientos sociales,
hablando mal de los demás, etc., etc. En
verdad son unas verdaderas plastas que no aportan nada constructivo. Andan por
la vida con su coprofagia. No hay salud, digo yo.
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