Hace poco más de 3 años, la prensa local me publicó este artículo y que causó gran connotación pública. Hoy me permito reeditarlo.
Es probable que nunca vaya a haber consenso sobre Pinochet.
Pasarán miles de metros cúbicos de agua bajo los puentes y todo seguirá igual.
Los que vivimos su época estaremos divididos entre los que le amaron y los que
le odiaron.
Sin embargo, creo que para tener una opinión objetiva de
cualquier sujeto, es indispensable considerar el punto de vista según sea la
vereda desde la cual se mire. Y para tenerlo en la mira sin distorsiones, hay
que haber estado en su tiempo, en su espacio y en sus circunstancias.
Este relato no es una apología a Pinochet. Sólo quiero hacer
justicia a su memoria. En esta perspectiva, puedo asegurar que a pesar de lo
que se diga, Pinochet tenía su lado bueno.
Me siento calificado para decirlo y es la primera vez que lo
confieso. Pasé varios años de mi vida muy vinculado a él y por cierto afectado
por sus decisiones, muchas veces injustas. Fue una persona muy decisiva e
influyente durante parte importante de mi existencia.
Cuando con amigos de la época nos juntamos, la mayoría revive
las imágenes que muestran al Pinochet autoritario, abusivo, sarcástico,
indolente, dictador y cruel. Y esa imagen es la que predomina. Sin embargo, les
aseguro que tenía su lado bueno.
Reconozco que era autoritario, mesiánico y dictatorial. Un
emperador romano de la época dorada del imperio. Un semi dios al yo le tenía
mucho miedo y cuando me preguntaba algo, me tiritaba la pera, me transpiraban
las manos, me saltaba la guata, quedaba mudo, tartamudo y sin ninguna reserva
de neuronas que vinieran en mi auxilio para hilvanar una respuesta sensata. No
podía contestarle y un par de veces confieso que "se me corrieron los meados". Y
el se reía. Lo disfrutaba cruelmente. Te metía el dedo en la herida hasta el
fondo. Una respuesta equivocada y ¡cagaste te mandó saludos! Caías en la lista
de los rojos (el rojo sangre le apasionaba). Te transformabas en su enemigo y
te declaraba la guerra. A partir de ese momento eras un “comunacho” y quedabas
plenamente identificado. En verdad era un gallo perverso y muy re vaca. Pero
tenía su lado bueno.
Muchos -si hubieran podido - habrían asesinado a Pinochet.
Ganas no les faltaban y los voluntarios sobraban. Algunos sugerían un atentado
o algo así. Pero las posibilidades eran mínimas. En el territorio de su
dominio, no se movía ni una hoja sin que él lo supiera. Una legión de esbirros
le cuenteaba en la oreja (siempre en la derecha) todo lo que quería saber. Era
siniestro para sus cosas. Pero tenía su lado bueno.
El perfil de Pinochet también incluía una personalidad muy
exigente. No aceptaba errores. Y tolerancia cero a la desobediencia.
Permanentemente te estaba calificando, evaluando, midiendo, poniendo nota de lo
que hacías. Y sus decisiones eran invariables. Jamás las cambiaba. Ni medio
punto, ni una milésima. ¡Viejo jodido este Pinochet. Lo odiábamos. Pero tenía
su lado bueno.
Y lo bueno de Pinochet era precisamente la exigencia.
No aceptaba la mediocridad. Nos obligaba a luchar por lo mejor. A mirar el
futuro nuestro y el de la patria con mentalidad ganadora. Nos amaba a su manera
y lo demostraba exigiéndonos al máximo. Quería que fuéramos chilenos de
primera.
Venía seguido a Iquique.Yo lo acompañaba a Zofri. Compraba
montones de cosas. La mayoría eran regalos “para sus chiquillos”. En el fondo
nos quería mucho a su manera.
Después de cumplir 30 años de profesor en el liceo, alcanzó
el cargo de director y una lapicera de oro. Se lo merecía don Pedro Pinochet
Ramírez, mi viejo y querido profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica.
Cuando Pinochet murió, varios de sus alumnos fuimos a su
despedida. Pero también llegó un lote grande a proferirle los últimos merecidos
garabatos porque según ellos, les amargó parte de sus vidas. Es entendible,
ellos nunca conocieron ni comprendieron su lado bueno. Pinochet, descansa en
Paz.
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