(Publicado en la revista de la Asociación de Industriales de Iquique, edición de septiembre de 2013)
Chile, qué duda cabe, es un país de minas. Y de buenas minas. Yo diría que de minas top que han permitido a los chilenos a pasarlo súper bien, para que vamos a negarlo. Eso se sabe en el mundo entero. Tenemos las mejores minas del mundo. Y afortunadamente también de todo tipo. O sea además de guenas minas, le tenimos variedad. Algunas son cerradas, a rajo abierto, subterráneas, viejas, en plena juventud, en proyecto, en declinación, en fin, toda una amplia variedad para regodearnos.
Confieso que personalmente no he
sido muy conocedor de minas, ni menos un
experto. A lo más un pirquinero en mi juventud. Pero me gustan mucho aún cuando
desde mi adolescencia les tengo si no miedo,
a lo menos respeto. Tuve varias
oportunidad de conocer y conectarme con
algunas de Copiapó, Antofagasta y por cierto en esta región de Tarapacá.
Lo que yo sé, es que hay minas que son muy ricas, de buena ley algunas
y que han estado dándole y dándole duro estos últimos años para que los chilenos la pasemos bien, seamos felices y estemos sonrientes. Porque en
verdad es eso lo que finalmente nos producen las minas chilenas, una vida mejor, más alegre, más dichosa. Y por qué no decirlo, a los
suertudos chilenos las minas nos llevan al clímax de la felicidad cada día.
Por eso no deberíamos olvidarlas
nunca, ya que en rigor somos mina-dependientes totales. Porque verdaderamente ellas son las que nos traen el
sueldo a la casa. Y aunque no todas son
minas de oro, cada minita tiene su lado
bueno.
Los que vivimos en esta parte del
país somos unos privilegiados, poseemos una concentración de minas increíbles.
Tenemos un índice de minas por habitante envidiable en el mundo
entero. Los chilenos del norte (población adulta entre 20 y 40 años) debe tener
yo creo, unas tres minas per cápita a lo menos. Con este
dato a la vista un amigo me preguntó ¿Y cuáles serían las minas que me
corresponden? ¿Serán de buena ley? ¿Estarán muy carreteadas? No hay salud.
Otra cosa es que cada mina tiene
sus propias particularidades. Algunas son profundas, silenciosas, abiertas,
acogedoras, lúgubres, brillantes,
fuertes, ruidosas, inacabables. Y capaces de despertar en los chilenos
sentimientos de la más diversa naturaleza: amor, cariño, pasión, miedo,
soledad, recogimiento, llanto, alegría, angustias.
Aunque estar siempre con las minas
dándole y dándole es cansador, nadie quiere cambiar de oficio. En Chile estamos
felices y muy agradecidos con las minas que Dios nos puso a nuestra explotación uso y goce. Seguramente él quería que los chilenos la
pasáramos bien y por muchos años. A pesar
de eso - no pretendo oponerme al mandato divino – pero no me parece muy bien que estemos tantos años
explotando a las minas y dispuestos a sacarles el jugo hasta que mueran.
Parecemos verdaderos y vulgares …
mejor no lo digo. Pero me incomoda este verdadero proxenetismo minero. Ayer les
dimos duro a la blanquita, hoy a la
cobriza y cuando ya no las tengamos en edad de producir dejaremos a nuestras minas abandonadas. Que malos machos
que somos. Digo yo.
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