Publicado en el diario El Longino de Iquique, el 20 de abril de 2014
“Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de
pensar, cambia todo en este mundo, cambia el clima con los años, cambia el pastor su rebaño y así como todo cambia
que yo cambie no es extraño”. Estas líneas introductorias de la
famosa canción de Mercedes Sosa, me parecen pertinentes ahora que estamos con tanto movimiento. Porque
sin duda el movimiento es cambio.
Cambió el gobierno, cambió el
estilo de gobierno, cambiaron los planes, cambian las caras, los énfasis, las estrategias, las mayorías y las minorías. Nadie podría negar que el
cambio es una constante, aún cuando a veces se piense que en realidad nada
cambia y lo único que ocurra, sea cambiar para que todo siga igual, al más puro estilo gatopardiano.
Además, pareciera también que no
tenemos absoluta conciencia de que estamos en un cambio eterno. Cambio de edad,
de estado civil, emocional, de posición física, laboral, de partido, de sexo o de casa. Y en particular hay un cambio de gran magnitud
en todos los seres humanos del planeta del cual ni nos damos cuenta. Es el de nuestra
ubicación en el universo. Y no me
refiero a la posición como especie, sino de la ubicación física.
Así es, porque los
terrícolas somos unos desubicados permanentes, pues no tenemos ni idea dónde
estamos en cualquier momento del día. Y
esto porque nos movemos demasiado rápido, cambiamos de posición en el universo a
velocidades increíbles. Lo hacemos a 30 kilómetros
por segundo. Y no se nos mueve ni el pelo.
La información de especialistas e investigadores nos ilustran sobre este
cambio posicional del humano que se desplaza por el Universo a 30 kilómetros por segundo, en la llamada
órbita elíptica alrededor del sol. Y además, girando como pirinola cambiando permanentemente su ubicación como
consecuencia de la rotación de la Tierra sobre su propio eje a una velocidad de
1.700 kilómetros por hora. O sea, vamos por el universo moviéndonos velozmente y
girando como pirinolas además. A todo esto, debemos sumarle nuestros
movimientos personales, cuando caminamos, corremos, bailamos, subimos cerros, escalas, escaleras,
surfeamos o volamos. Porque también volamos, aunque sea en avión o parapente.
Sin duda los humanos somos unos tipos muy movidos.
Movimiento es cambio y por eso los terrícolas
debiéramos estar muy aclimatados a ello. Sin embargo, los cambios atmosféricos y los de la
naturaleza en general, nos dan pánico. Los
sismos de estas semanas nos llevan a dimensionar nuestra pequeñez. Hace millones
de años que la Tierra está en constantes cambios y expuesta a ellos y los
seguirá teniendo. Lo importante es ser capaces de enfrentarlos bien. Salirle al paso a la naturaleza implica
hacerlo con inteligencia preventiva.
Sugiero una forma poco clásica y de alta rentabilidad:
la risa. Pasar de un estado emocional depresivo, molesto o exaltado, tiene una
serie de buenos efectos. Nos brinda una mejor perspectiva de la vida,
permitiéndonos afrontar los retos y dificultades con una mejor actitud. Mejora la capacidad respiratoria y fortalece
nuestro sistema inmunológico, al aumentar el suministro de oxígeno a todas las
células del organismo. Controla la hipertensión arterial, favorece la
producción de endorfinas, cuya función también es combatir el dolor. Nos ubica
en el presente, en el aquí y en el ahora, rompe el círculo vicioso de
conectarnos con el pasado. Suaviza las emociones dolorosas, como el miedo, el
enojo, la tristeza y el aburrimiento. Aumenta nuestras habilidades sociales y
facilita la comunicación, lo que mejora nuestra autoestima. No hay donde perderse, cambie y póngale al
mal tiempo buena cara. Mejore el caracho y practique su mejor sonrisa, le hará
muy bien, digo yo.
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