Muchas personas consideran el
recurso tiempo como un factor decisivo para lograr sueños, metas,
e incluso los pequeños logros del día a
día. Hay personas también que tienen tiempo de sobra para todo y siempre
les alcanza. Son los menos, pues mayoritariamente
la gente se queja de falta de tiempo. Es muy frecuente escuchar expresiones como "me resulta imposible administrar bien mi tiempo". Algo debo hacer mal. Planifico,
me ordeno pero no me sirve de nada. Siempre acabo haciendo lo que era para
ayer; siempre llego tarde a todos lados. Me falta tiempo.
Peter Drucker, el padre de la Administración
moderna dijo que el tiempo era el recurso
más importante y quien no sabía administrarlo, "no sabría administrar
absolutamente nada”. Así de categórico fue
don Peter, pero parece tener razón. Se dice que está comprobado que en el trabajo perdemos
más de tres horas al día, a causa de rutinas inadecuadas, que
repercuten directamente no solo en la calidad del trabajo, sino en la calidad
de las vidas de los empleados, que se ven sometidos a urgencias
permanentemente. Quizás el primer error que se comete es pensar que la eficacia
es una cuestión de reloj, siendo más bien que se trata de una cuestión de
brújula.
Me explico. Es muy frecuente darse
cuenta que a menudo no se sabe bien hacia dónde se va. Y esto es grave pues saber
bien a dónde ir se convierte en la dificultad más grande para cumplir con las “3e” clásicas: efectivo, eficaz y eficiente. Cuando un trabajador tiene
perfectamente claro su puerto de llegada, es muy difícil que pierda el tiempo,
pues hacerlo , implicará dejar de hacer cosas importantes necesarias para dar
por cumplido el objetivo.
Sin embargo, la verdad de la
milanesa podría estar por otro lado. Una sería la falta de delegación. Como
si fuera un mandato inquebrantable, muchos actúan bajo la consigna “si lo
quieres pronto y bien hecho, hazlo tú mismo” . Y así se cargan con gran cantidad
de trabajo que podían y deberían hacer otros. Por otro lado está la dispersión.
Sabemos que los chilenos somos lentejas para entrar en régimen. Alcanzar la
velocidad de crucero nos cuesta mucho. Se nos reconoce como trabajólicos, esto
es, que pasamos mucho tiempo en el trabajo, pero muy poco trabajando. Esto se
mide y se le conoce como productividad. Lo contrario a esto se llama “sacar la
vuelta”.
La diaria y bien practicada dispersión
nos hace saltar de tarea en tarea, como si no se fuera consciente de que uno
sólo puede ocuparse eficazmente de una cosa. Y así, buscando la actividad por
la actividad, se cambia de una tarea a otra, sin reparar en que esta actitud,
encarece las dos, y no sólo eso, sino que las retrasa. El refrán aquel que dice
que no cuenta lo que trabajas, sino lo que terminas, es muy pertinente aquí.
Pero lo más grave es la procrastinación,
es decir el hábito de posponer una tarea por cualquier causa hasta por
incomodidad. La costumbre es “chutear para adelante” para hacerlo “uno de estos
días”, lo que no ocurre nunca. Hay un refrán que dice: “un día de estos, no es
ninguno de estos días”.
Para peor, la procrastinación
afecta por parejo a hombres y mujeres, a ejecutivos y a “suches”, a parvularios
y a universitarios. Está democráticamente distribuida tanto en el sector del
Estado como en las empresas privadas. Desde el almacén de la esquina hasta el
Congreso Nacional.
Ante esta evidencia hago un alcance
con reminiscencias bíblicas: “El que esté libre de procrastinación que no lance
la primera prórroga”. Digo yo.
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