sábado, mayo 10, 2014

Yo procrastino, tu procrastinas el procrastina ...

      Publicado en el diario El Longino de Iquique el 27 de abril de 2014
 
Muchas personas consideran el recurso tiempo como un factor decisivo para lograr sueños, metas, e  incluso los pequeños logros del día a día. Hay personas también que tienen tiempo de sobra para todo y siempre les  alcanza. Son los menos, pues mayoritariamente la gente se queja de falta de tiempo. Es muy frecuente escuchar expresiones como "me resulta imposible administrar bien mi tiempo". Algo debo hacer mal. Planifico, me ordeno pero no me sirve de nada. Siempre acabo haciendo lo que era para ayer; siempre llego tarde a todos lados. Me falta tiempo.
Peter Drucker, el padre de la Administración moderna dijo que el  tiempo era el recurso más importante y quien no sabía administrarlo, "no sabría administrar absolutamente nada”.  Así de categórico fue don Peter, pero parece tener razón. Se dice que está comprobado que en el trabajo perdemos más de tres horas al día, a causa de rutinas inadecuadas, que repercuten directamente no solo en la calidad del trabajo, sino en la calidad de las vidas de los empleados, que se ven sometidos a urgencias permanentemente. Quizás el primer error que se comete es pensar que la eficacia es una cuestión de reloj, siendo más bien que se trata de una cuestión de brújula.
Me explico. Es muy frecuente darse cuenta que a menudo no se sabe bien hacia dónde se va. Y esto es grave pues saber bien a dónde ir se convierte en la dificultad más grande para cumplir con las “3e” clásicas: efectivo, eficaz y eficiente. Cuando un trabajador tiene perfectamente claro su puerto de llegada, es muy difícil que pierda el tiempo, pues hacerlo , implicará dejar de hacer cosas importantes necesarias para dar por cumplido el objetivo.
Sin embargo, la verdad de la milanesa podría estar por otro lado. Una sería la falta de delegación. Como si fuera un mandato inquebrantable, muchos actúan bajo la consigna “si lo quieres pronto y bien hecho, hazlo tú mismo” . Y así se cargan con gran cantidad de trabajo que podían y deberían hacer otros. Por otro lado está la dispersión. Sabemos que los chilenos somos lentejas para entrar en régimen. Alcanzar la velocidad de crucero nos cuesta mucho. Se nos reconoce como trabajólicos, esto es, que pasamos mucho tiempo en el trabajo, pero muy poco trabajando. Esto se mide y se le conoce como productividad. Lo contrario a esto se llama “sacar la vuelta”.  

La diaria y bien practicada dispersión nos hace saltar de tarea en tarea, como si no se fuera consciente de que uno sólo puede ocuparse eficazmente de una cosa. Y así, buscando la actividad por la actividad, se cambia de una tarea a otra, sin reparar en que esta actitud, encarece las dos, y no sólo eso, sino que las retrasa. El refrán aquel que dice que no cuenta lo que trabajas, sino lo que terminas, es muy pertinente aquí.
Pero lo más grave es la procrastinación, es decir el hábito de posponer una tarea por cualquier causa hasta por incomodidad. La costumbre es “chutear para adelante” para hacerlo “uno de estos días”, lo que no ocurre nunca. Hay un refrán que dice: “un día de estos, no es ninguno de estos días”.
Para peor, la procrastinación afecta por parejo a hombres y mujeres, a ejecutivos y a “suches”, a parvularios y a universitarios. Está democráticamente distribuida tanto en el sector del Estado como en las empresas privadas. Desde el almacén de la esquina hasta el Congreso Nacional. 
Ante esta evidencia hago un alcance con reminiscencias bíblicas: “El que esté libre de procrastinación que no lance la primera prórroga”. Digo yo.

 

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