A una de mis tías abuelas siempre le escuché
decir que ella “no comulgaba” con la izquierda. Su segundo marido opinaba que
en la vida había que tener habilidades para manejarse bien con la derecha y también
con la izquierda.
En el barrio de mi infancia santiaguina y popular,
había puros Soto, Pérez, González o
Muñoz. Jamás un Izquierdo se asomó por
allí, ni a varias cuadras a la redonda. Desde ese lejano pasado, confieso que
esto de la izquierda y la derecha siempre me han generado confusiones. Mi
explicación primaria es porque pueden
representar varias cosas al mismo tiempo y por el sentido de lo opuesto que
está implícito. Y para colmo, también existe esa tendencia irresistible de calificar
a una u otra condición, de buena o mala, de aceptable o perversa, de libertaria
o tiránica.
Creo por eso, que tanto la derecha como la
izquierda, son posiciones dicotómicas
por el lado que se les mire y ésta podría ser una aceptable y ecléctica
explicación, pero no necesariamente la correcta, pues también en esta materia nada es definitivo, nadie puede asegurar nada.
En la elección del sentido y alcance que tiene “derecha o izquierda”, no se puede decir qué es lo bueno, lo
verdadero o lo políticamente correcto.
Todo es tortuosamente relativo.
En este contexto, todo es muy ambiguo y para
colmo han surgido innumerables derivadas
que identificadas con ciertos apellidos, conforman una familia virtualmente
interminable: centro derecha, centro izquierda, centro centro, izquierda clásica,
izquierda radical, derecha tradicional,
derecha republicana, derecha liberal, etc.
Hay una explicación a todo esto que descubrí
hace poco leyendo sobre la neurociencia. De acuerdo con esta disciplina, todo podría
ser a causa de que nuestro cerebro está dividido en dos hemisferios. El derecho
y el izquierdo y en cada uno de ellos se generan funciones, comportamientos,
pensamientos y emociones diferentes. Son,
en rigor, dos medio cerebros tratando de ejercer dominio o influencia sobre el
otro. Aún cuando son complementarios y se necesitan. Esta sería entonces la madre
del cordero , la causa basal del conflicto derecha-izquierda que divide al
mundo contemporáneo en el cual cada lado o sector, trata de ser hegemónico y está convencido que está en la razón.
Por lo tanto, el asunto de ser de izquierda o
de derecha ya no sería una simple decisión consciente sino que vendría desde
“adentro”, de una sinapsis dominante por razones que aún se desconocen. Sin
embargo, la buena noticia es que a través de la vida podemos cambiar y
reconstruir un comportamiento diferente. En política se ve mucho y se conoce
como “vuelta de carnero”. Muchos le
hacen este cargo a Piñera, un hombre de derecha, y zurdo, que gobernó con partidos de derecha
pero que aplicó muchos cambios propios de la izquierda. Como señalizaba para la derecha pero
viraba para la izquierda, esto confundió a varios de sus seguidores.
Sea por una vuelta de carnero u otro malabarismo político-circense, lo
concreto es que siempre se puede cambiar. Basta con practicar. Los expertos aseguran por
ejemplo, que cualquier persona diestra podría aprender a escribir con la
izquierda, en solo dos semanas. Igual en
el uso de la tijera, los cubiertos, etc. La buena noticia es por lo tanto, que con
un proceso de aprendizaje adecuado y sistemático, una persona de izquierda
podría terminar siendo de derecha y viceversa sin dolor ni remordimientos. Lo
dramático sería si el ser humano nunca cambiara. Cito a Blake" quien nunca cambia sus opiniones, vive en aguas estancadas donde crecen los reptiles".
El cambio es posible porque a mi juicio la
diferencia entre derecha o izquierda es una dimensión relativa. Con práctica,
un comunista puede llegar a ser un demócrata, un conservador votar a favor del
matrimonio homosexual y hasta un demócrata cristiano volver a sus raíces. El hombre es un animal
de costumbres, digo yo.
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