Publicado por el diario El Longino de Iqujique el domingo 13 de abril de 2014
En abril de 1996, un diario local publicó un artículo mío que
titulé “Y déle con el pescado”. Revisándolo veo que todo sigue igual. Me
permitiré reeditar algunos párrafos de esa crónica.En la citada columna, partía reconociendo que en mi infancia
yo asociaba la Semana Santa con pescados y mariscos y que en esa edad odiaba comer
dichas especies. Por ello, me caía muy mal
esa santa semana. Los días previos ya se
empezaba a crear el ambiente en lo relativo a los pescados y mariscos. Las noticias
y
titulares de la prensa hablaban del tema del abastecimiento y los precios
altos.
A mí me fascinaban
las noticias cuando éstas hablaban de desabastecimiento. En esos casos mi mamá
decidía cambiar el menú. Además, como no nos sobraba la plata –en verdad nos
faltaba- durante las semanas santas de
mi niñez me comí las más ricas lentejas, porotos con rienda, tortillas,
pejerreyes falsos y tallarines con queso, de toda mi vida.
Con cientos de semanas santas en el cuerpo, concluyo que siempre
en estas pías fechas opera la mano
invisible del mercado con una sospechosa
tendencia al alza de los precios. Podría ser un poder fáctico de
naturaleza metafísica, pero algo hay. A
nivel terrenal la explicación es más prosaica y lo expresa el proveedor cuando
dice: “es que llegó caro, caserito”. Es el
mito gastronómico de la Semana Santa. Es milagrosamente sospechoso que siempre
los pescados y mariscos estén caros aún cuando haya mucha oferta. Solo un
milagro podría hacer bajar los precios, pero eso nunca ocurre. Un dato de
última hora, el precio de los limones solo se puede pagar si tiene sueldo de
parlamentario.
Pero siempre hay gente que paga cualquier precio por darse
el gustito. Lo más probable es que durante el año no lo haga mucho pero basta
que vea el calendario, para que se le haga
agua la boca por comerse un lenguado, una corvina, un ceviche, un mariscal o
unas empanaditas de mariscos.
Esto de comer solo pescados y mariscos en Semana Santa se debe a una confusión. Se asocia con algún ritual de tipo religioso y
se mal entiende la abstinencia de no comer carne con ingerir solo pescados y
mariscos. Antes, la abstinencia duraba toda
la semana, ahora solo se limita al viernes.
Lo que también se está haciendo un hábito, es rematar esta
pía y corta semana santa con un buen asado el domingo. Esto hace pensar que lo
único que estaría motivando a una mayoría de
los observantes de esta
celebración de la iglesia católica, a una gran excusa para comer entre viernes, sábado y domingo, pescados, mariscos
y carne hasta la saciedad. Pareciera
entonces que estamos en presencia más de una semana gastronómica que de
recogimiento espiritual.
Hay otras alternativas que duda cabe. Me permito ofrecer el siguiente
menú. Entrada: Ensalada de porotitos
granados con cebollita finita en cuadrito bien amortiguada (con puerros queda muy
bien). Perejil picado, chorrito de aceite de oliva y sal a gusto. Puede agregarle
quesito fresco picado en cubos o huevo duro. Segundo: sopa de cebolla con huevo
cortado. Le puede añadir pan frito al momento
de servir. Plato de fondo: saltado de verduras con arroz. Aquí usted puede
poner toda su imaginación. Porotitos verdes, apio, zanahorias, coliflor,
zapallito italiano, repollo, etc. Todo bien picado, sazonado y con la
correspondiente salsa de soja. Lo prepara en un sartén de buen fondo sólo unos
minutos antes de servir. Se acompaña con
un buen vino blanco heladito souvignon frutoso. Postre: fruta natural o helados.
Pero si usted es porfiado e insiste con los frutos del mar, bueno,
hágalo. Pero mi pregunta es ¿por qué insistir en comer pescados y mariscos ese viernes
en particular, si puede hacerlo
los otros 364 días del año? No hay salud, digo yo.
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