Publicado por el diario El Longino de Iquique el domingo 6 de abril de 2014
Leí un artículo de unos psicólogos gringos “Oda a lo positivo y constructivo del soñar despierto”, donde plantean que dejar que la mente divague libremente puede contribuir al proceso de "incubación creativa".
En cualquier lugar, circunstancia y
momento, nuestra mente puede iniciar un proceso creativo y especialmente cuando
estamos en instancias fuera de lo común.
Dicen que entre más estructurados estemos, más sistemático es el orden
que adoptamos para ponernos a crear, por lo cual las posibilidades de ser un
genio creativo se aleja.
Por eso, agregan, que para ser
creativo hay que darle rienda libre a la mente y entrar en modo onírico. Pero no
del sueño del dormido sino del despierto. Atentos, con las antenas paradas y con las hormonas
cerebrales adecuadas (ojala testosterona que activa la creatividad).
Al respecto y siendo muy honesto, a
mí me funciona bien la creatividad en la escritura Y para hacerlo los momentos de inspiración
creativa no son cuando me siento al computador
y tengo la pantalla en blanco y
me pregunto ¿ de qué miéchica escribo hoy? Los momentos de inspiración - y con mucha
sinceridad lo digo - se me ocurren
preferentemente cuando estoy en el baño. Es en ese espacio aséptico, frío,
habitualmente húmedo, donde gran parte de mi creación literaria ha tenido su
génesis.
He leído que esto es bastante
habitual y está probado empíricamente.
Se cita al baño como uno de los lugares epicentro de la creatividad y la
inventiva y en particular cuando se está
tomando una ducha, que es mi caso, pero
mucho más cuando se están haciendo otras necesidades básicas propias del lugar. Es allí y en esas circunstancias cuando
suelen surgir ideas brillantes y emerge todo lo que a veces está trancado entre
los pliegues del cerebro a causa de una suerte de tránsito lento del proceso neuronal.
Muchos famosos han recibido en ese privado recinto
la musa inspiradora para parir una genialidad. Por decoro, probablemente, nunca
han dicho que fue en ese íntimo espacio donde elaboraron la teoría, obra literaria o descubrimiento que
le condujo finalmente al Nobel. Ni menos contar qué hacían mientras parían la creatura.
Independiente del lugar y lo que se
haga allí, sea tomar una ducha, lavarse
los dientes o vaciar el intestino o la vejiga, soñar despierto no es una
actividad sin sentido. Enciende el cerebro. Soñar despierto activa los mismos
procesos cerebrales que se asocian a la imaginación y la creatividad. Yo suelo soñar mucho
despierto y no solo mientras me ducho, camino o conduzco. Desde niño lo hacía. Mi papá me retaba porque siempre “andaba pajareando”. Me pegaba unas voladas que ponían bajo
sospecha mi sanidad mental. Hoy habría estado, a lo menos en la categoría de
niño con déficit atencional. Con el tiempo me di cuenta que en esto había una externalidad positiva
y me puse fanático de la creatividad y de ir regularmente al baño. A pensar, a
crear, a dar salida a algo.
En los últimos 50 años, sin embargo,
al baño le salió competencia con otro lugar de la casa. En este último se han
desarrollado las más extraordinarias creaciones tecnológicas del mundo moderno:
los garajes. Prácticamente todos los inventos tecnológicos actuales han surgido
en estos espacios, diseñados para guardar el auto.
Pero en fin, sea el baño o el garaje,
el mérito está no solo por su función natural, sino porque son lugares donde la
soledad y alejamiento del mundanal ruido, permiten soñar despiertos y alcanzar momentos
de paz, para poner a volar la mente y dejar
salir todo, todo. Digo yo.
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