Publicado en noviembre de 2015
Desconozco la
fecha - del Chile pobre de antaño- desde cuándo se habría empezado a usar el
papel higiénico o “confort”, dejándose de lado otras formas de limpiarse el trasero tras el proceso digestivo de los
humanos. Según averigüé, el papel de diario cortado en tamaños de 15 x 15 centímetros
fue el elemento que sirvió a tal
objetivo a muchas generaciones. Esto ocurría hasta en las mejores familias,
claro que en las casas de los más pudientes estos compraban en las mercerías y almacenes de
barrio, papeles suaves y absorbentes y los cortaban del tamaño deseado según gusto, necesidades o funcionalidad. Mi padre
me contaba que en sus años de niñez y juventud,
los suaves papeles con que envolvían cada manzana las empresas de la Asproman
(Asociación de Productores de Manzanas) eran
los que la gente más se los disputaba. Eran los tiempos del Chile pobre y
subdesarrollado.
Pero eso es
pasado. Ahora hay mucha oferta, marcas y calidades para satisfacer el mercado
ávido de limpiarse el trasero, las manos, sonarse, desmaquillarse o lo que sea. Y para satisfacer esas necesidades hay una
oferta fabulosa y variada, con muchos proveedores que compiten para ofrecernos
la mejor relación precio, calidad y surtido.
Pero no es
así. Eso era lo que creíamos, porque la semana pasada Chile vivió un papelón
con este asunto, al descubrirse la colusión de las empresas que fabrican y
distribuyen el llamado papel toilette, o tisú. Este grupo, formó una suerte de Cartel (término con el que se identifica a una
organización ilícita o a un conjunto de organizaciones que establecen acuerdos
de diferente naturaleza para llevar a
cabo actividades irregulares).
Este sucio negocio del papel higiénico en vez de ayudarnos a
“sacarnos la mierda” entre otros usos, nos estuvo literalmente cagando a los
chilenos por diez años. Se unieron las
empresas fabricantes y decidieron no competir entre ellas, porque eso era malo
para el negocio y desataba una insana guerra de precios, alteraba los
inventarios y generaba riesgos de pérdidas.
A causa de esas razones técnicas, decidieron joder al stakeholder más débil: el consumidor.
O sea a todos nosotros los chilenos y extranjeros residentes de Arica a
Magallanes, incluidos los de los territorios insulares y de las bases en la
Antártica.
Durante diez años el Cartel del Confort (no sé por qué me recuerda la película El Padrino) mantuvo altos precios en todos sus productos:
papel higiénico, toallas, pañuelos desechables, servilletas, entre otros
productos “tisu”. Los perjuicios económicos a los consumidores son cuantiosos. Se
calcula que cada empresa del Cartel habría generado utilidades sobre normales
de US$ 23 millones anuales.
Mencionaba la película El Padrino, porque los métodos usados
por el grupito se parecen bastante a lo narrado en ese film. Según se informó,
las empresas coludidas en pos de
mantener y aumentar las utilidades y evitar que el papel higiénico fuese más
barato, mantenían los precios y utilidades estables, ojalá en aumento. El propósito
era que el acuerdo perdurara en el tiempo y no fuera detectado por las
autoridades.
Igual que en la película, tenían práctica “especiales”.
Usaban un cuartel de bomberos para sus reuniones donde participaban gerentes
estratégicos para implementar los acuerdos. Contaban con planillas Excel con datos
de precios y producción provistos por las empresas que actualizaban cada dos meses. Si había desviaciones
o señales de que el acuerdo no se estaba respetando, las partes se contactaban por
teléfono o correos electrónicos exclusivos.
Con la denuncia de colusión de las Farmacias, decidieron utilizar solo celulares
de prepago desechables. También hay información
sobre el lanzamiento de tres computadores al Canal San Carlos. Todo esto bien parece
un guión del mismísimo Mario Puzo. No
hay salud, digo yo.
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