Un modelito de país
Publicado en Junio de 2015
Tengo leves sospechas que cuando
vuelva a instalarse en los programas educativos la asignatura antiguamente llamada
Educación Cívica, esta decisión podría generar un efecto gatopardiano. O sea,
cambiar las cosas para que finalmente todo
siga igual.
En el reciente libro de Mario
Weissbluth “Tejado de Vidrio: cómo recuperar la confianza en Chile” el autor habla
del clima de corrupción que circula con pase libre en nuestro país y que peligrosamente
se puede instalar como el modelo a seguir para nuestros jóvenes. El gobierno ha
pensado que una forma de contrarrestar esto, es enseñarles Educación Cívica, para que sepan
a cómo vivir en estos tiempos y comportarse
como responsables ciudadanos.
Según estudios, la gran mayoría
de los jóvenes cercanos a los 18 años, está nada o muy poco interesado en política,
contingencia nacional y asuntos propios del funcionamiento del Estado y en
general de la res publica o esfera
pública.
Los jóvenes no están ni ahí, con
muchas de las cosas, de la cosa pública, valga la redundancia. Se alejan
voluntariamente de todo lo que huela a orden, procedimientos regulares, elecciones,
votaciones, etc. Los muchachos están
interesados en que las cosas públicas funcionen
pero sin que ellos deban hacer algo en particular. Les gusta y exigen
aquello de tener derechos, pero no
pescan nada con lo de las obligaciones. Ni menos las obligaciones “ciudadanas”.
La idea de incorporar Educación
Cívica en los colegios es que desde chiquititos entiendan que son parte de la
Nación y como tales tienen responsabilidades y obligaciones. Esta es la parte
que los cabros no cachan mucho y prefieren marginarse de todo lo normativo,
regulado y necesario para el buen funcionamiento del Estado y la sociedad.
Debo reconocer hidalgamente que
no le tengo mucha a fe a la Educación Cívica, pero aplaudo su inclusión en la
malla curricular de la educación secundaria, porque es mucho mejor que los
jóvenes tengan conciencia y saber los deberes y obligaciones ciudadanas fundamentales, que actuar
instintivamente. Esto es igual que un juego o incluso la práctica de un
deporte. Es indispensable conocer el reglamento que lo rige y que se aplica
para todos por igual.
Claro que esta suerte de fobia social
o primaria anarquía ciudadana que padecen
o parecen tener los jóvenes, requiere
mucho más que unas horitas de educación cívica a la semana. Yo soy partidario de complementarlo con lo
que se conoce como el aprendizaje vicario. Es decir, aprender conductas nuevas
por medio de la observación. En el aprendizaje vicario, el refuerzo se basa en
procesos imitativos cognitivos, el sujeto aprende con un modelo. En los
primeros años, los padres, luego los educadores, luego el Estado y sus
instituciones republicanas, los organismos funcionales, los representantes
públicos y por cierto el hábitat ciudadano. Lo que ve y siente en el alrededor
citadino. Es un aprendizaje activo. Por
el solo hecho de ver lo que otros hacen y las consecuencias que tienen por su
comportamiento.
En conclusión, lo que se
necesitaría entonces son buenos modelos para imitar. Es la sabia naturaleza. Los hijos aprenden de
sus padres o de quienes están a su cargo. Y cuando no están ellos, la familia
expandida, el Estado, la res pública.
Siendo esto así, quienes tienen la
responsabilidad formativa fundamental sobre los ciudadanos son los
representantes de la entidades del Estado, luego las diversas instituciones
tanto públicas como privadas y por cierto cada ciudadano.
Formar buenos ciudadanos,
responsables, honestos y participativos
para enfrentar los grandes desafíos del mundo actual es pega de todos,
pero principalmente de quienes nos conducen. Y honestamente creo, si leo la prensa
de los últimos meses, no han sido
precisamente un modelito para seguir. Digo yo.
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