(Publicado en Diario 21 de Iquique, el año 2003)
Quisiera en primer lugar, dejar en claro que no tengo nada contra los españoles. Esto lo digo anticipadamente porque al terminar de leer este artículo muchos de mis lectores podrían pensar que les tengo animadversión. Nada más lejano a la verdad. Soy veedor habitual de Antena Tres, regularmente leo en Internet el diario El País, me encantan Raphael y Nino Bravo (para las generaciones nuevas les cuento que eran cantantes), he leído con interés a sus principales autores clásicos, sigo con entusiasmo su fútbol, y tengo mi cuenta en el Banco Santander desde que era el Banco Español. Nada en particular me indispone contra los coños. Salvo que tengo una visión muy particular de su aterrizaje por estas tierras hace ya 500 años.
Partamos por el principio, lo que no es malo a la hora de iniciar algo. El 12 de octubre de 1492 llegó el italiano Cristóforo Colombo a una isla de las Bahamas. Posteriormente castellanizó el nombre porque su sponsor era precisamente el reino de Castilla, que financió la tournée. Ese día de octubre se ha dado en llamar el día del Descubrimiento de América y al capitán de las naves, Cristóbal Colón.
Así comienza todo, con un "descubrimiento", porque los españoles y los europeos no conocían antes estas tierras, que sí eran conocidas por los habitantes de ellas desde hacía 40 mil años. Eran las Indias, habitadas por indios (no hindúes). A sus habitantes de inmediato los españoles los consideraron bárbaros, pues ni siquiera eran católicos, parecían animales por la forma de vestir y no conocían las buenas costumbres ni la moral europea. . No puedo dejar de recordar aquí que tan solo en 1537 el Papa decretó que los indios estaban dotados de alma y razón.
Pero también se dieron cuenta que estos indios lucían collares y adornos con muchas figuritas de oro y plata. Como los españoles no venían por estos lados así como de vacaciones sino más bien con ganas de “hacerse la América”, descubrieron dos cosas más. Una, que había oro y plata y otra , que había infieles que era un gusto. Bastó llevarle el cuento a la reina de Castilla para que desde allá le dieran licencia para hacer lo que se les antojara en nombre de la corona. Así, en nombre del Rey y de Dios (o de Dios y el Rey, el burro al último) había que acometer el descubrimiento de América durante muchos años, hasta que no quedara ni una onza de oro ni tampoco infiel alguno.
En 1980 “descubrí” Taipei, en 1982 Milán y en 1990 New York, sin embargo fuera de unas postales y cartas que le envié a mi familia, no he encontrado jamás ningún otro texto en que se hable de mis interesantes descubrimientos. Supongo que ese silencio sepulcral ha sido porque cuando llegué por primera vez a esas ciudades ya había bastante gente en ellas. Un razonamiento similar me ha impedido siempre aceptar que la llegada, pronto serán cinco siglos, de unos cuantos europeos a este continente sea llamada pomposamente "descubrimiento de América." Aún más porque al ocurrir esa llegada accidental, las dos ciudades más pobladas en el planeta, eran Tenochtitlán (hoy México) y Pekín (hoy Beijín).
Según consta en el Archivo de Indias en pocos años llegaron a España 185.000 kilos de oro y 16.000.000 de kilos de plata provenientes de América.
Alguien podría especular diciendo que esto generó el capitalismo y que la actual civilización europea se debe a la inundación de metales preciosos. No lo veo así, estos envíos de metales preciosos deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América destinados al desarrollo de Europa. Esto no fue sino el inicio de una suerte de Plan Marshall prehispánico para la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del Álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros interesantes de la civilización.
¿Habrán hecho los europeos un uso racional, responsable, o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional? Sin duda que no. Han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, de cancelar el capital y sus intereses.
Siguiendo a Milton Friedman quien señala que una economía subsidiada, jamás puede funcionar, esto nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que tan generosamente hemos demorado todos estos siglos en cobrar. Pero no lo haremos a las viles tasas de hasta el 30 % de interés anual a las que nos tienen acostumbrados. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más un módico interés fijo del 5 %, acumulado solo durante los últimos 300 años. Les daremos 200 años de gracia. Raya para la suma los descubridores-invasores nos deben, como primer pago de su deuda por los 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata, una cantidad increíble de dinero, que para su expresión total, serían necesarias más de 300 cifras.
Para que nos vamos a engañar, posibilidades reales de que nos paguen son escasas. Además, en esta cuenta no se está involucrando para nada el cobro al socio principal del negocio, la iglesia católica que fue finalmente quien hizo los principales “retiros”, que no pasaron por la corona, para adornar la casa de Dios.
Pero lo que más me molesta en verdad, es que los españoles con su descubrimiento-invasión motivaron a los portugueses, a los ingleses, a los franceses…Todos los pueblos “civilizados” de esa época y posteriores se vinieron por estos lados a sacarnos hasta el raspado de la olla. En la actualidad ya no son conquistadores, piratas ni mercenarios, son empresas multinacionales, que pueden parecerse a los anteriores, pero son diferentes. No andan detrás del oro, pero, en el caso de Chile, si del cobre, del molibdeno, de las aguas, de las comunicaciones, de las administradoras de fondos de pensiones, de los bancos o de las obras concesionadas del MOP. Claro que ahora por lo menos pagan impuestos, dan harto empleo y algunos hasta practican aquello de la responsabilidad social empresarial. El retruque desde América lo han hecho los norteamericanos que en los últimos 50 años han salido al mundo a invadir todo con sus capitales y su poderío militar. ¡Hostias!, es el mismo proceso pero al revés. Digo yo.
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