Publicado en La Estrella de Iquique diciembre 2009
Según su significado del griego, democracia es el gobierno del pueblo por el pueblo. En tiempos modernos muchos le han agregado “y para el pueblo” o “con el pueblo”. Pero eso cayó en desuso por ser contrario a la realidad.
En otras palabras, la democracia es una forma de gobierno, un modo de organizar el poder político donde lo decisivo es que el pueblo no es sólo el objeto del gobierno, o sea lo que hay que gobernar, sino también el sujeto que gobierna. El principio constitutivo de la democracia es el de la soberanía popular, es decir, donde el único soberano legítimo es el pueblo.
Esto del pueblo soberano, lo encuentro muy poético, aún cuando a veces patético. Eso explica que a muchos no les guste la democracia, o la prefieran de una manera diferente, aún cuando hasta el momento pareciera ser el mejor de los sistemas de gobierno.
No obstante, a la democracia le pasa algo muy parecido a lo que le sucede a los chilenos católicos. Todos son católicos a su pinta, con los acomodos y arreglines necesarios para tolerarla. Por eso es que en casi todo el mundo hay democracia… pero al estilo de Frank Sinatra (A mi manera). Por lo tanto, habría democracia en Cuba, en Venezuela e incluso en China. Pero…no es precisamente lo que la mayoría entiende por democracia.
Pero hablemos del aquí y el ahora. Hemos ejercido y lo seguiremos haciendo en un mes más, nuestro derecho democrático de elegir a las autoridades. Aún con la tinta fresca en mi pulgar (no había suficiente agua ayer en mi casa) lo que me recuerda que ejercí un derecho soberano, me surgen dudas sobre la democracia.
No es tan cierto que los ciudadanos elijamos muy democráticamente. Lo que se percibe es que un grupito de políticos, ajenos a nosotros, sentados confortablemente en Santiago ya eligieron por nosotros. Ellos deciden desde las altas esferas del poder, con mapas, estadísticas, currículos, registros de militantes, bolas de cristal, cartas de recomendaciones, algoritmos de ingeniería política, cartas del Tarot, tincómetros, brújulas, horóscopos varios (se prefiere el chino por la influencia de China en el destino del mundo del siglo 21), la Biblia, monedas de dos caras (cuando el azar debe decidir), el reglamento del Cachipún , los tres tomos del Cateo de la Laucha y un largo arsenal más de artilugios, elementostodos necesarios para que ellos,antes que nosotros, decidan por quienes debemos votar de manera libre y democrática.
Desde el Olimpo, nos indican los nombres de los ganadores de ese democrático proceso previo. ¡The winner is! Fulano, Zutano y Merengano. Un grupo de conocidos, desconocidos, aparecidos, tránsfugas u otras categorías de personajes. Nos imponen nombres, sensibilidades (eufemismo de ideologías políticas) acuerdos, pactos, sub pactos, inclusiones, exclusiones, contubernios y cuanta ocurrencia tengan con tal de que la democracia sea bien ejercida, que no nos equivoquemos y que elijamos a los más aptos (¿?) y que la soberanía del pueblo sea expresada en las votaciones.
Ahí es cuando me sumo a los miles de personas que tienen la sensación que les están viendo las peras. Da la impresión que los dirigentes políticos (y los operadores consultados zonalmente) creen que los electores somos idiotas. Y la verdad es que – respetuosamente lo digo- en verdad lo somos.
Muchos piensan que la democracia es un conjunto de malas prácticas que aparentan permitir que el pueblo se exprese libremente eligiendo al gobierno y sus autoridades. Por eso no votan, no se inscriben o anulan su voto.
En fin, como alguien dijo y no fue Voltaire, la democracia lejos de ser perfecta tiene tantas flaquezas como corruptos la representen.
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