(Publicado en la Estrella de Iquique el 3 de febrero de 2010)
Si usted no es creyente le recomendaría no leer este artículo. Su lectura necesita de mentes abiertas y no sesgadas por creencias erróneas. Si persiste será a su propio riesgo. Puede tener problemas de algún tipo, pero no se de cual. Créame.
Partiré contándole una vieja historia. Hace tres mil millones de años la vida animal de la Tierra estaba circunscrita al agua. Los primeros seres vivos fueron organismos unicelulares muy simples. Bacterias, protozoos, algas y otras cosas raras. Para no latear les diré que tras unos cuantos miles de millones de años de evolución, apareció el hombre. Esta es la creencia desde la vertiente científica. Otra es la que atribuye toda la creación a un ser supremo. En la Biblia se cuenta que Dios creó todo y en una sola semana y fue el día viernes tipín seis de la tarde cuando el creador se acordó que tenía que hacer al hombre. Y como vio que el modelito le salió bastante potable, pensó que debía darle una pareja e hizo a la mujer. Error divino dicen algunos, pero en fin.
¿Cuál versión cree usted? Yo cuando niño creí la versión bíblica hasta que tuve uso de la razón (como a los cinco años y medio) y deseché de plano esta creencia por anacrónica. En todas las pinturas de la antigüedad había visto imágenes de Adán y Eva rodeados de dóciles animales como vacas, caballos, chanchos, jirafas, elefantes, leones, pajaritos. Todo en un paisaje paradisíaco, cero smog, sin rayos ultravioleta, ni hoyos en la capa de ozono, lleno de arbustos, flores, mariposas y árboles frutales incluido el manzano aquel con la pérfida culebra incluida. Lo mismo en las escenas del diluvio y el Arca de Noé. Nunca vi embarcándose otros animales que no fueran los de cualquier zoológico o granja campestre de estos tiempos. Del Tiranosauro Rex u otro tipo Dino, la mascota de los Picapiedras, nada. Ni una huella que diera una pista sobre los animales prehistóricos del inicio de la creación. Creo que alguien me contó el cuento equivocado. Ahí me forme mi nueva creencia. Pero respeto las otras.
En un tiempo se creía que la Tierra era el centro del universo. Que el planeta era plano. Que existía el infierno y que el concesionario era el diablo. Juan Pablo II debió aclararle al mundo esta errónea creencia. Algo parecido fue el asunto del agua bendita. Hay quienes creen que tiene poderes especiales, mágicos y sanatorios. Fue inventada por el Papa San Alejandro (106 al 115 DC). Desde esa fecha solo unos pocos privilegiados conocen la fórmula (más secreta que la de la Coca Cola) que permite trasformarla en bendita para sus múltiples y buenos propósitos. En Fátima, Lourdes y otros lugares donde hay vírgenes (santas) se venden botellitas de agua bendita en envases no retornables a precios no muy santos. Hay gente que cree en estas cosas. Yo les creo que creen en aquello.
Pirámides, cuarzos, elefantes, búhos, velas, patas de conejo, herraduras, budas obesos, medallitas y hasta el escaso billete de 2 dólares, se usan como verdaderos amuletos para ayudar a la buena suerte. O para hacerle el quite a la mala. Jamás pase por debajo de una escalera, viaje o se case en martes trece, deje que se le cruce un gato negro. Son supersticiones, creencias erróneas, como que Colo Colo es Chile. ¡¡Bullshit!! como dicen los gringos. Paja como decimos en Chile.
A veces me confundo. Pienso que no debo creer en lo que creo y dejar de no creer en lo que no creo. Por ejemplo, creo que tan pronto Frei pactó con los comunistas, perdió la elección. Creo que se terminarán los parques inconclusos en Iquique y que se retirarán los autos abandonados. Quiero creer (deseo ferviente) que el pedestal que se puso al busto de Cristóbal Colón en Cavancha es bello, artístico y adecuado. Me gustaría creer que nunca volverá a reinstalarse esa cosa sin pies ni cabezas que hubo en la rotonda Chipana. Puedo pecar de ingenuo, iluso y hasta pasar por idiota, lo se, pero soy un creyente y qué. Es mi vida.
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