(Publicado en la Estrella de Iquique el 2010)
Los que no somos de la generación de las TIC, sino migrantes desde la ignorancia 0.0 hasta el mundo digital 2.0, estamos en problemas. Cada día que pasa aprendemos más, pero sabemos mucho menos. Frente a este panorama poco auspicioso, solo quisiera tener la capacidad de asimilar lo máximo hasta el resto de mis días, pero “en la medida de lo posible” como decía don Pato Aylwin. No desearía tampoco colapsar en un vano intento de estar siempre al día. Yo creo que el hombre llega a un punto en que las neuronas se frenan y de ahí para adelante cuesta mucho avanzar.
Estoy por cierto hablando principalmente de los modelitos humanos fabricados en el siglo pasado, de esos con patente (léase Rut) inferior a 15 millones. Sobre ese guarismo, ya es una generación que no migra, sino un nativo digital. Nacido en un mundo que funciona de una forma diferente al resto. Cuando a alguien le pido su dirección para escribirle y me da el nombre de una calle y un número, de inmediato se en que mundo vive.
Esto ha creado dos generaciones que se entienden poco. Se aprecia bastante en la relación de las mamás con sus chiquillos. Ellas no entienden los códigos de los muchachos. Si un joven le dice que necesita una tarjeta de video, la mamá le pasará la tarjeta del Blockbuster. Si menciona que le llegó correo, ella pensará que algo raro le está pasando al perro, porque ya no le ladra al cartero.
Esto es lo natural. Pero lo que es una torpeza heavy, es cuando los migrantes caen ingenuamente en las trampas de las cadenas, los correos masivos, los saludos tiernuchos, las ayudas a causas de enfermos terminales, las oraciones salvadoras y cientos de cuentos que, se ha comprobado, son inventados por sujetos con domicilio conocido: las cárceles. Los inventan para apropiarse de las direcciones electrónicas.
Hace años tuve la mala ocurrencia de sumarme a algunas de esas cadenas a solicitud de amigos. Eso explica que ahora esté en muchas bases de datos porque cada día me llegan decenas de ofertas. Un día, un supuesto laboratorio Suizo me ofreció una droga milagrosa que podría hacerme crecer hasta cuatro centímetros cierta parte de mi anatomía. Luego un tipo de un rancho de Texas me ofreció caballares de rodeo. La semana pasada un correo local me ofreció pie de limón, de mango, kuchen, cachitos, alfajores, repollitos, roscas, empanadas y mucho más. Lo malo en este caso, es que quedaban a la vista unos 300 correos electrónicos de conocidos residentes iquiqueños los que estaban allí sin querer queriendo, atrapados en la red y disponibles para quien quisiera usarlos. ¿Quién cresta les dio mi correo?
Los nativos digitales ya están instalados tal como googlear, chatear o twittear que se volvieron verbos y también han entrado al juego y son peores. A diferencia de sus padres, que solían querer guardar en secreto la información, los nativos sufren de una suerte de colitis digital, expulsan todo lo que ingieren tan pronto lo reciben. Y para peor, estos nativos son escribas del nuevo mundo, capaces de crear los instrumentos o formas de comunicarse. Uno de estos es la ortografía, un código impenetrable para los adultos. Otro, los SMS que pueden teclear con una sola mano y a alta velocidad. O la manera de utilizar 10 ventanas abiertas y mantener 10 diálogos simultáneos. Los inmigrantes somos secuenciales. Terminamos una conversación completa con una persona antes de pasar a otra. En este mundo, el viejo blog, medio común entre migrantes, es un instrumento para compartir conocimientos intelectuales. Los nativos digitales prefieren compartir emociones. Me será doloroso adaptarme. Digo yo.
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