viernes, marzo 11, 2011

Nuestros prejuicios

(Publicado por la Estrella de Iquique en febrero de 2011)

Leía que en Iquique había subido la discriminación sexual, concretamente con las minorías homosexuales. Se dice que éste y muchos otros temas son parte de un mismo conjunto de prejuicios que nos acompañan desde nuestros primeros pasos por la vida.
Hay asuntos que la familia y la sociedad nos inculcan desde pequeños. Pero también hay una condición innata que traemos desde antes de ser concebidos. Es la tendencia a clasificar, algo que empezamos a practicar desde el jardín infantil. Es una habilidad que debemos dominar tempranamente, so pena de ser declarados “retrasados” respecto de los “normales” que son capaces de clasificar y distinguir las rojas de las azules, las grandes de las pequeñas, las altas de las bajas o las de adentro y las de afuera.
Esta capacidad de discriminar (separar por diferencias o igualdades) luego transita hacia la sociedad y empezamos a agrupar a los individuos según lo que hagan, lo que ganen, lo que piensen, los cargos que tengan, lo que crean, si son altos, bajos, gordos o atléticos. Nacen los estereotipos, imágenes o ideas aceptadas con carácter inmutable. Les ponemos etiquetas a los grupos de personas o comportamientos. Se presume que si los estereotipos son los causantes de los prejuicios que existen a nivel social, serían los responsables de la mayoría de los conflictos que estudia la sociología actual. Sin querer queriendo la sociedad moderna inculca a todos sus integrantes, distintos prejuicios sociales.
Mi padre decía que las rubias eran tontas (la mayoría de todas las mujeres después de los 40 se ponen rubias, pero ese es otro cuento). Suele escucharse que los políticos son todos ladrones, que los hombres de raza negra están “mejor dotados” que los blancos (supongo que es para ciertos deportes), que los alemanes son inteligentes, los argentinos agrandados, los chicos peleadores, los gordos alegres y los pelados buenos maridos. La lista podría ser interminable. Lo importante es reconocer que somos responsables de que vivamos en una sociedad caracterizada por el prejuicio y en un marco de nefastos estereotipos.
Ya en la prehistoria, los grupos que no eran parte del propio grupo, eran vistos como extraños y potencialmente peligrosos. Esta herencia se expresa en la sociedad actual cuando la gente reacciona negativamente ante otros grupos y sujetos, incluso cuando estos no son amenazas reales. Por eso, la “etiqueta” que cada individuo posee (o le han asignado), es importante. Si ciertos grupos son vistos como una amenaza para la seguridad física, engendran miedo y acciones de autodefensa. Por ejemplo, los grupos considerados como un riesgo para la salud, despiertan rechazo y el deseo de evitar el contacto físico cercano. A muchos, la presencia de homosexuales les produce, miedo, rabia y hasta repulsión.
Pero así somos, a veces incapaces hasta de hacernos amigos hasta de los vecinos porque son extranjeros, comunistas, evangélicos, agnósticos, o colocolinos. Digo yo.

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