(Publicado en revista Puerto Mayor, marzo 2010)
Chile es un país de contrastes y no solo a causa de su loca geografía, franqueada por desiertos, hielos, cordillera y mar. Sin embargo, el mayor contraste, creo yo, es la forma en que funcionamos los chilenos en circunstancias especiales, por ejemplo los terremotos.
Estos eventos, que han estado desde siempre en nuestras vidas, nos han transformado en expertos en movimientos sísmicos. Tenemos muchos grados telúricos acumulados en el cuerpo. A nosotros no nos cuentan cuentos sobre cómo son, cómo ocurren, cómo se sienten y particularmente, qué es lo que hay que hacer para ponerse de pie y seguir caminando.
El sábado durante la madrugada volvimos a ser probados, con un gran terremoto. Uno de los más fuertes registrados en la historia telúrica de la Tierra. Y bueno, aquí estamos otra vez, iniciando la reconstrucción, expresando nuestra solidaridad y disponiéndonos a enfrentar el futuro con optimismo.
Pero en esta oportunidad hubo diferencias importantes. Chile nunca había estado mejor preparado en todo sentido para enfrentar una situación como la vivida. Con una economía muy sólida, con fondos públicos suficientes y disponibles para enfrentar sin problemas gastos extras e inversiones de gran magnitud. Una infraestructura vial moderna y de primer nivel que nos une de manera rápida, fácil y segura por todo el país. Con tecnología de punta en donde Internet y comunicaciones telefónicas celulares están ampliamente masificadas. Con Fuerzas Armadas y de Orden altamente profesionalizadas, con tecnología y equipamiento moderno. Con sistemas logísticos, de transporte y de distribución de bienes y servicios a lo largo y ancho de todo el país. Con centros de distribución y cadenas de supermercados capaces de abastecer sin límites las principales comunidades del territorio nacional. En resumen, una nación moderna, eficiente, organizada y con un gran prestigio internacional por su orden, disciplina y eficiencia.
Sin embargo, todo, o casi todo falló la madrugada del sábado 27 de febrero. El ex presidente Lagos solía decir “hay que dejar que las instituciones funcionen”. Pues bien, las instituciones definitivamente no funcionaron. Fue patético ver un minúsculo grupo de funcionarios en la ONEMI - incluida la Presidenta - absolutamente sobrepasados por los acontecimientos. Se podía advertir que no sabían nada de lo que estaba ocurriendo en Chile. Ni siquiera a pocos kilómetros de Santiago (cito el caso de Llolleo). Y eso se prolongó por mucho tiempo. A más de 48 horas del terremoto y los tsunamis subsiguientes, se desconocía que hubieran ocurrido.
Este es un notorio contraste. Uno de los países más modernos y avanzados del continente sobrepasado por los acontecimientos. Luego se harán los análisis, por ahora hay que concentrarse en la reconstrucción y en la normalización del país. A lo más, dejar anotado lo que no funcionó. Yo identifico a lo menos lo siguiente: a) Las comunicaciones. Es indispensable contar con los sistemas y el equipamiento más moderno y seguro disponible del mundo moderno. b) La Oficina de Emergencias. El solo nombre de “oficina”, ya suena insuficiente y precario. Se debe crear un gran centro logístico descentralizado, moderno, altamente tecnificado y con autonomía de gestión y financiera. c) El centralismo. Suele decirse que “Dios está en todas partes pero que atiende en Santiago”. La concentración en Santiago de todas las decisiones, deja con las manos atadas a las autoridades regionales. No se puede ser eficiente con esta forma de organización. d) Las Fuerzas Armadas. No puede prescindirse de ellas en circunstancias de este tipo. Ni menos por razones ideológicas como se desprende de las palabras del ministro Sergio Bitar. Ellas son parte de la organización del Estado.
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