Publicado en el diario El Longino de Iquique en
marzo de 2015
Creo que a muchos puede
ocurrirle lo mismo o algo parecido. Cada vez que le doy “inicio” al año - que
es en marzo, después de las vacaciones y cuando comienzo a tomar en serio esto
de vivir para trabajar o trabajar para vivir, reviso mi habitual listado de
cosas que me comprometo a hacer. Son un conjunto de propósitos en lo laboral, cultural,
social, familiar, intelectual y hasta espiritual, que me autoimpongo
principalmente para mi mejoramiento. Incluso
las escribo y las pongo en un lugar visible. Pero a medida que pasan los
días, semanas y meses, estas tareas siguen sin entrar a fase operativa. Y lo
que si empieza a moverse es mi conciencia con la sutil aparición de sentimientos
de culpa a causa de mi persistente procrastinación. El mal hábito de dejar todo
para después.
El sentido culposo se me pasa por
ahí por septiembre con la llegada de la primavera y los primeros guitarreos dieciocheros,
por lo cual, en rigor, el sentimiento aquel me dura escasos cinco meses. Esto
hace más soportable y menos doloroso mi sensible ego. Será para el año próximo,
me digo.
Como esto es reiterativo, he
pensado bastante en cómo superar esta conducta impropia de una persona de estos
tiempos (rechazo sentirme de otros tiempos) y rescato algunas ideas que leí y
que por cierto no son mías pero que me gustaría que lo fueran, porque las
encuentro geniales. El truco está en salirse de lo convencional y plantear un cambio
de conducta mediante logros de propósitos muy precisos y por sobre todo inusuales.
Por ejemplo, si Ud. quiere mejorar
su estado físico y figura este 2016, no se proponga muchos kilos de menos, ni muchos
kilómetros de más, para estar bien. No debe
pretender un físico de deportista olímpico. Bastaría con gimnasia moderada, comida
sana y suficiente. Si puede mantener esto constante, la tarea estará cumplida. Olvídese
del viejo cuento yanqui de que si no hay dolor no hay ganancia.
Lo fundamental es “transformarse”
que es algo muy diferente a “cambiar”. Cambiar es una forma diferente de hacer.
Transformarse es una forma diferente de ser. Y la propuesta es proponerse
objetivos con posibilidades de éxito real, diferentes y con sentido
transformacional. Una lista que debería titular como “Mis Compromisos 2016”
debiera considerar, por ejemplo lo siguiente: Disfrutaré las cosas simples de
la vida. No perderé mi tiempo en cosas innecesarias, atenderé las que merecen mi
tiempo y energía. Me dedicaré a mis pasiones. Me rodearé de las personas que merecen estar
en mi vida. Renunciaré a todo trabajo que odie. Trabajaré solo en lo que me
haga feliz. Tomaré mis propias
decisiones. Seré capaz de dirigir mi vida. Confiaré en mí y confiaré en las
decisiones que tome. Dejaré de aplazar todo por miedo a equivocarme. Aprenderé a equivocarme lo suficiente para avanzar.
No le mentiré a otros ni a mí mismo. Entenderé
que no hay más verdad que la realidad y que la realidad es la vida misma. Pasaré
más tiempo con mi familia. Estaré más con los que amo y me aman, los que me entretienen,
alegran y me enseñan. Nunca dejaré de prepararme. La mejor inversión que puedo
hacer en la vida es en mi formación. Viviré
la vida con pasión. No me quedaré estancado, perseguiré nuevos retos, conoceré
gente nueva. Seré feliz. Será mi sublime obsesión. La felicidad la encontraré en
la meta y mucho más en el camino.
Definitivamente un plan de
acción con una propuesta transformadora capaz de removernos desde nuestro
interior. Orientado al mejoramiento profundo, desprovisto de las tradicionales
y equivocadas metas del mundo egoísta, materialista, exitista y fatuo actual. Un
primer paso para la transformación sustancial y profunda de nuestro ser. Digo yo.