(Publicado por el diario El Longino de Iquique)
Estando de vacaciones - estúpidamente
planificadas- me motivé a escribir basándome en un libro sobre la estupidez del economista
Carlo Cipolla. Lo primero que nos aclara el autor, es que cuando hablamos
de estúpidos, nos referiremos al homo sapiens, porque solo los humanos son
estúpidos. Y de paso nos recuerda que Einstein afirmó que había dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana.
Según el autor, la estupidez no se maneja sola, tiene sus reglas.
No cualquiera es estúpido, hay que tener las competencias para hacerlo bien y
conocer sus mecanismos para que, cuando se cometa el estropicio, todo el mundo
reconozca de inmediato que es una estupidez y que no se trata de otra manifestación
humana.
Es obvio que no es lo mismo hacer una “huevada”
cualquiera, que cometer una estupidez. Son torpezas de la misma familia pero de
diferente rango y alcance. La primera es intrascendente, casi infantil. La
estupidez es contundente y supone que hubo pensamiento, razonamiento y
reflexión. Por ello, el efecto y resultado es categórico. Una huevada
cualquiera la hace en la vida, una estupidez, solo una elite.
Suele subestimarse la cantidad de
estúpidos que circulan por el mundo, pero son muchos más de lo que se cree. Ocurre
que están bastante mezclados y porque además de la estupidez, tienen otras
características comunes a la mayoría y así pasan piola. Se ven muy normales
hasta que cometen una estupidez y se revelan. Salen del closet, pero de puro
estúpidos que son.
Yo recomiendo no subestimarlos, pues tienen
un gran potencial. Sobre todo visión de futuro, pueden imaginar y proyectar nuevas y mayores estupideces
por décadas. Algunos, ya tienen definidas las estupideces que van a cometer en el futuro próximo. Y no solo eso, tienen gran capacidad para
asociarse con otros estúpidos (principio de asociatividad). Y juntos son
dinamita.
Hay cuatro categorías de seres humanos:
los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Y para analizar
la teoría usaré como ejemplo el viejo tema del Transantiago en cuanto a la forma
en que se diseñó e implementó. Siguiendo las categorías de Cipolla, quienes le
dieron el “vamos”, no fueron ni incautos, ni malvados ni inteligentes, sino
estúpidos. Si hubiesen sido incautos, los
grandes ganadores habrían sido los usuarios (pero ambos perdieron). Si hubiesen
sido malvados, habrían ganado ellos y
producido solo un mal a los usuarios (pero ambos perdieron). Si hubieran sido
inteligentes no habrían implementado el sistema hasta estar 150% seguros del éxito. Ergo, el diseño y la implementación
del Transantiago fue obra de un estúpido
o de varios.
La capacidad de hacer daño de un estúpido
depende de dos factores principales: lo genético y el grado de poder o
autoridad que tenga. Este poder en manos de gente estúpida y que ocupe cargos importantes
y de decisión estratégica es un arma mortal. Una
criatura estúpida es peligrosa, porque en cualquier momento crea algo monstruoso. No hay
forma racional de prever cuándo, cómo o por dónde vendrá la estupidez. Frente a
un estúpido, uno está desarmado. No se ajustan a las reglas de la racionalidad.
Coge por sorpresa, no es posible organizar una defensa racional, porque en sí
mismo carece de cualquier tipo de estructura racional.
Con una sonrisa en los labios, como si
fuese la cosa más natural del mundo, la autoridad aparecerá de improviso para
echar a perder tus planes, complicarte la vida, joderte la empresa, hacerte
perder dinero o quitártelo con una ley, limitar tus libertades, cambiar a tus
hijos de colegio, comprarte el colegio a precio vil, y todo sin malicia, sin remordimientos y hasta sin razón.
Solo estúpidamente.
Por eso, y como dice la conocida frase:
“Nunca subestimes el poder de la estupidez humana”. Felices vacaciones y no se distraigan
leyendo crónicas estúpidas. Digo yo.
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