Con amplias mayorías, tanto del Senado como de la
Cámara de Diputados, parlamentarios de todos los sectores aprobaron un bono de
1 millón de pesos para 7.800 funcionarios públicos de la Región de
Atacama, conforme a un proyecto que el gobierno
envió el 20 de enero al Congreso. En muy
poco tiempo parió la chancha como se dice en el sur. Esto demuestra que cuando
se quiere, se puede.
A modo de explicación por este fast track legislativo, el presidente
de la Cámara dijo que el proyecto había llegado atrasado al Congreso debiendo haberlo hecho 45
días antes. Asimismo, señaló que durante las reuniones de comité los diputados
coincidieron en que su tramitación se llevaría a cabo sin discusión al tener un
contenido que no era “de mayor envergadura”. O sea que, a causa de dos circunstancias
concomitantes, la llegada tardía y el contenido light, se podía legislar con gran celeridad. Esto permitió descubrir que el poder
legislativo tendría una nueva pillería -
poco ortodoxa pero eficaz- para hacer más rápida la pega, sin perjuicio de
las urgencias que le fije el Ejecutivo.
Frente a lo ocurrido, la oposición reclamó diciendo que
"si el gobierno tiene que pagar deudas políticas, que no lo haga
utilizando al Congreso y menos legislando de una manera torpe, haciéndolo a la rápida y dejando fuera a muchos otros funcionarios
públicos.
Con esta evidencia, queda la sensación que el asunto
legislativo no es como debiera ser. Aquella frase que dice “la mujer del César no
solo debe serlo, sino también parecerlo”, creo
pertinente citarla aquí. Los honorables
dejaron mucho que desear en esta pasada. Que se atengan a las consecuencias y después que
no reclamen si son maltratados en las encuestas.
No se trata tampoco de considerar justo o injusto el
petitorio de los funcionarios de Atacama que se beneficiarán con el bono, lo complejo es el despelote que se arma después
con todos los otros sectores que se
quedan mirando para la carnicería, posiblemente con iguales o mejores derechos para
acceder al beneficio. Y para qué decir del resto del país, que mira asombrado
este pastelito.
Los dos últimos gobiernos han sido buenazos para regalar bonos. Diríase
que han sido gobiernos “boneros”. No soy
contrario per se de los bonos pues
creo que hay muchos muy necesarios y
oportunos según las circunstancias y necesidades. Los bonos, que son mayoritariamente
de naturaleza temporal, con el correr del tiempo tienden a transformarse
en permanentes. Por eso soy mucho más partidario de materializar aquella vieja pero sabia idea de que es preferible enseñar
a pescar que regalar el pescado. Cuando las personas se acostumbran a los
bonos, terminan asociándolos a derechos permanentes y puede nacer en ellos la tendencia a reducir
sus empeños por generarse sus propios ingresos. Afortunadamente los bonos actuales en general están
bien focalizados y son concretos para la necesidad que quieren satisfacer.
La entrega de bonos también existe en el sector
privado pero allí se tiene otra mirada.
En el sector público es casi como una compensación económica reivindicatoria,
es decir, como para pagar algo que se les debe. En el sector privado apunta
mucho más a generar motivaciones y estímulos para incentivar incrementos a la
productividad.
Finalmente debo decir que el bono Atacama no me gusta porque su génesis me pareció espuria, tiene una naturaleza
selectiva, es poco solidaria y lo peor,
políticamente incorrecta. Digo yo.
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