Publicado por el Diario El Longino de Iquique
En
Chile estuvimos más de 40 años haciendo
cambios con los denominados “horarios de
invierno y horarios de verano”. Esto, supuestamente porque era bueno para ahorrar
energía eléctrica aprovechando más
tiempo la luz natural del día. Acaban de
anunciar que eso ya no va más. La práctica demostró que el ahorro real de
energía, especialmente la domiciliaria, no era significativa, por lo cual era innecesario
armar todo el desbarajuste en nuestros hábitos y costumbres sociales para resultados
irrelevantes. Exactamente nos demoramos 43
años para darnos cuentas que la
autoridad tomó una decisión equivocada. Nos puede haber faltado más revisión, análisis,
mejores datos, o que lo que sea. Lo concreto es que durante todo ese tiempo la
autoridad política, nos “vendió” la idea, nos convenció, de que esto era muy bueno para
Chile.
Lo
más grave de todo esto no fue la decisión, sino habernos demorado más de cuatro
décadas en darnos cuenta que muchas veces los cambios, además de traumáticos terminan siendo algo diferente
a lo inicialmente deseado o previsto. En estos tiempos actuales, “la calle” habría
hecho a lo menos una movilización.
Esto
necesariamente nos debiera hacer pensar lo conveniente de estar muy atentos a
que los grandes cambios legislativos que se han hecho en estos últimos meses.
Cito como ejemplo los más emblemáticos como la reforma tributaria, la reforma educacional, la
reforma electoral, con el objetivo de asegurarnos
de que sean lo que se pretende que sean.
Buenos, necesarios y eficaces.
Personalmente, como también muchos chilenos más ya no
estaremos en este mundo para conocer
este desenlace, será tarea de los que hoy son niños o incluso de quienes aún no
han nacido. Esto, porque las reformas aludidas son de larga data para observar su
eficacia, operatividad y resultados.
El
tiempo será el factor decisivo. Este concepto- elemento inventado por el hombre
para medir su paso y sus obras en el pequeño universo conocido, se inspira en
el Dios Cronos de la mitología griega, que se representa bajo la figura de un
viento, teniendo en la mano derecha una guadaña y un reloj de arena, para
indicar que el tiempo todo lo destruye y que pasa insensiblemente. Y en la mano
izquierda una culebra que se muerde la cola, como emblema de la prudencia.
Esta
es la imagen de un dios mitológico, que invito a mantener en la retina y en la
mente, a aquellos políticos que sufren de frenesí legislativo y que están
ansiosos por dejar su huella en la historia republicana. Principalmente para
que no olviden del profundo alcance del concepto de la prudencia que nos
recuerda Cronos.
El
tiempo lo dirá. Se aplaudirá si hubo aciertos o se maldecirá en voz alta a los autores
materiales e intelectuales por los
fracasos. Podrá haber una generación que sufrirá el rigor de los errores pero
también otra u otras que disfrutarán de las cosas bien hechas, bien pensadas y
prudentemente aplicadas.
En
los frenesís electorales, suele olvidarse la responsabilidad por los
resultados. No basta después decir “nos equivocamos”. De lo últimamente legislado en este tipo de
normas estructurales, me preocupa fundamentalmente lo educacional. Los cambios
en esta área son trascendentales. Cometer errores aquí es fatal y de lo que solo
nos percataremos cuando pase una generación completa, desde el que ingrese este
año a primero básico hasta cuando egrese de profesional universitario. Por eso, legislar sobre estas materias no
puede ser parte de un mal plan ni de ideologías. Confío en que nuestros
honorables hayan hecho bien la pega. Solo el Dios tiempo lo dirá, Digo yo.
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