Diario El Longino de Iquique, 29 de abril de 2015
El que esté libre de pecados que lance la primera piedra. Esta frase la escuché en mi ingenua y tierna niñez, pero confieso que nunca la entendí muy bien. Con el correr del tiempo la interpreté como que solo los “limpios y píos” pueden juzgar y castigar.
Cuando el hombre se organiza socialmente, crea muchas instituciones y entre ellas, las que imparten justicia. Para juzgar si las
cosas se hacen bien o mal y para perdonar o castigar. Pero con los avances - caídas y recaídas del mundo moderno incluidas- las
cosas se dificultan pues en todos los ámbitos del quehacer humano surgen aristas. Así,
la sociedad cual teatro de operaciones, es el lugar y el tiempo donde se
juntan y mezclan personas, instituciones, intereses, egos, poderes, expectativas, doctrinas, creencias, valores y tentaciones, siendo muy difícil no caerse y cometer un
desaguisado.
A causa de estos errores y horrores humanos e
institucionales, las sociedades se enferman y como toda enfermedad con causas y
efectos. Y las principales son las que
genera el hombre, factor crítico de la ecuación, un macho alfa bastante ególatra y autoritario. ¿Hay cura para esto? Habría
que ir a su génesis interior. El hombre es dual, tiene la capacidad, para hacer cosas buenas y malas. Es capaz de
descubrir una cura para enfermedades que salve a millones de personas y
también para construir armas de destrucción planetaria. Y este es el quid
del asunto. El homo sapiens puede desdoblarse, ser bueno y malo según
las circunstancias y sin cargos de conciencia.
En los orígenes, a este raro omnívoro de la zoología planetaria, se le grabó en su
cerebro reptil (fase primitiva) algo que luego transfirió al cerebro mamífero (fase
intermedia) y finalmente al evolucionado cerebro actual, mandatos que pueden reaparecer
“sin querer queriendo”. Son aristas y
una de ellas, es “el sentido del mal”. Una
manifestación que todos los humanos tenemos. No es por lo tanto un atributo exclusivo de delincuentes,
asesinos o terroristas, sino también de sujetos que hacen maldades ingenuas como
por ejemplo, emitir boletas ideológicamente falsas.
La duda es si el omnívoro actual puede diferenciar racionalmente
lo bueno de lo malo y saber de qué lado de la vereda está en todo momento. Cuando
como simples observadores miramos desde nuestra trinchera a los “malos”, los juzgamos,
criticamos y denostamos. Pero cuando estamos entre los “imputados”, creemos, queremos
creer y que se nos crea de buena fe, que somos blancas palomas.
¿Es malo el hombre por
naturaleza? ¿Será
el sino bíblico del pecado original? Tal vez
venimos así desde el Big Bang o
del Este del Paraíso? Podría ser una falla
de fábrica.
El periodista John Muller dijo en Icare “La corrupción
no solo está en las cúpulas de los gobiernos, las grandes empresas, las instituciones
políticas, sino que reside también en la
base de la sociedad, la familia”. Citó dos datos oficiales: un 27% de los pasajeros elude el pago en el Transantiago;
un 30% de las licencias médicas presentadas el año pasado eran falsas. También
se calcula que un 50% de los
comerciantes pequeños de ferias libres, locales de barrio, etc. no daría la
boleta. Así, le roba al Fisco- en complicidad con el comprador – millones de
pesos diarios. Y ambos, sin sentir que hacen algo malo.
¿Aseguraría Ud. que nunca en su vida ha comprado o visto
una película pirata o que compró algo en la calle eligiéndolo con la punta del
zapato? ¿Sabe el Estado y su brazo
armado el gobierno de turno, que infringe las leyes teniendo a miles de
funcionarios contratados a honorarios, sin derecho a previsión, salud y otros
beneficios básicos? Cuando Peñailillo dijo que Chile no era corrupto, me sonó a
una afirmación ideológicamente falsa. Digo yo.
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