miércoles, noviembre 05, 2014

Mordisco de clase mundial

En agosto de 1997, cuando yo era columnista de un diario de la competencia, dicho medio me publicó un artículo que titulé “Muérdame la oreja mi negro”. En esa crónica  me referí in extenso al tema de los mordiscos. Y esto se me viene hoy a la memoria, con motivo del canibalismo deportivo que mostró el iracundo Luisito Suárez, en el campeonato mundial de fútbol en  Brasil. Aparentemente el destacado jugador  de la selección uruguaya,  se quiso llevar de suvenir, un pedazo del hombro del hombre de  la escuadra azul, porque - dicen las malas lenguas - le gustaría la comida italiana.      

Esto de morderse y otras cosas más no es nuevo en el fútbol. Aunque poco se comenta, en las refriegas futboleras  no solo está la cruenta lucha por dominar la caprichosa (la pelota), llevarla en velocidad, hacer piruetas, bicicletas, cachañas, rabonas y acrobacias con ella, intentando meterla en el arco rival. En ese tránsito vertiginoso, pasan muchas cosas. Hay roce constante,  apretones, choques, golpes, codazos, gritos, tironeos, escupitajos, agarrones de trasero, insultos, ofensas a las madres,  las hermanas de los contrarios y algo más. En efecto también hay besos,  abrazos y caricias en las celebraciones y llanto desgarrador en las derrotas.  

En la euforia colectiva, que baja también desde las graderías, no es difícil advertir otras emociones  críticas. Risas histéricas, llantos compulsivos, coprolalias de grueso calibre, emisiones involuntarias de  gases gástricos,  persignaciones - conocidas como  “señales de la santa cruz” - gestos de elevación de manos y brazos hacia el cielo, probablemente a un Dios personal  al que ese día se le pide estar hinchando por sus colores. Por  esto y por mucho más, lo del mordisco de Suárez es un detalle ínfimo en este convulsionado nuevo “circo romano”, físico y emocional.  

Aún cuando el jugador Suárez ya tenía historial como mordisqueador profesional, mucho debe haber pesado el sino ancestral de esta primaria expresión humana. Se cree que esto de andar mordiéndose entre los humanos es instintivo  y muy anterior incluso a su época cavernaria. Algunos lo datan en la paradisíaca época de la pizpireta Eva cuando convenció al cándido Adán, que  debía darle un mordisco a la manzana  para saber lo que era bueno. Y el gil, le pegó el tarascón no más y bueno… el resto es historia.  

Hay otros hitos, como la costumbre en los cumpleaños de darle el “mordisco a la torta”; también  las involuntarias mordidas de lengua o los mordiscos del ámbito íntimo que van desde el “cómeme perro” hasta la  frase de un bolero de Lucho Gatica cuando musita un “te morderé los labios”. 

Párrafo aparte es el tema de los caníbales  que no solo muerden sino que comen carne humana. Y también el de sus medio primos-hermanos, los vampiros, que por cierto son más proclives a chupar que a comer.

Recuerdo en el deporte del box, cuando el negro Mike Tyson le mordió la oreja (y le sacó un buen pedazo) a su contendor. Al no poder ganarlo a los combos,  parece que optó por comérselo.   

De la modernidad no puedo olvidar el símbolo de la manzana mordida de Steve Job, la que en verdad fue un buen tarascón que le dio a la torta que se comía solito Bill Gates. Debo mencionar asimismo, la mordida de la araña que tuvo mi bisabuelo el papá de mi tía Fide, que le produjo un priapismo que le mantuvo en posición firme “el espantapájaros”, hasta que Dios lo quiso. 

Finalmente, la idea que se me viene  a la mente  tras todo este asunto de Suárez, es lo bueno que sería darle un mordisco aunque sea leve, a las platas que la FIFA se echará al bolsillo con este mundial de fútbol. Digo yo. 

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