Esto
de morderse y otras cosas más no es nuevo en el fútbol. Aunque poco se comenta,
en las refriegas futboleras no solo está
la cruenta lucha por dominar la caprichosa (la pelota), llevarla en velocidad, hacer
piruetas, bicicletas, cachañas, rabonas y acrobacias con ella, intentando meterla
en el arco rival. En ese tránsito vertiginoso, pasan muchas cosas. Hay roce
constante, apretones, choques, golpes,
codazos, gritos, tironeos, escupitajos, agarrones de trasero, insultos, ofensas
a las madres, las hermanas de los
contrarios y algo más. En efecto también hay besos, abrazos y caricias en las celebraciones y llanto
desgarrador en las derrotas.
En
la euforia colectiva, que baja también desde las graderías, no es difícil advertir
otras emociones críticas. Risas
histéricas, llantos compulsivos, coprolalias de grueso calibre, emisiones
involuntarias de gases gástricos, persignaciones - conocidas como “señales de la santa cruz” - gestos de
elevación de manos y brazos hacia el cielo, probablemente a un Dios personal al que ese día se le pide estar hinchando por
sus colores. Por esto y por mucho más, lo
del mordisco de Suárez es un detalle ínfimo en este convulsionado nuevo “circo
romano”, físico y emocional.
Aún
cuando el jugador Suárez ya tenía historial como mordisqueador profesional, mucho
debe haber pesado el sino ancestral de esta primaria expresión humana. Se cree
que esto de andar mordiéndose entre los humanos es instintivo y muy anterior incluso a su época cavernaria. Algunos
lo datan en la paradisíaca época de la pizpireta Eva cuando convenció al
cándido Adán, que debía darle un
mordisco a la manzana para saber lo que
era bueno. Y el gil, le pegó el tarascón no más y bueno… el resto es
historia.
Hay
otros hitos, como la costumbre en los cumpleaños de darle el “mordisco a la
torta”; también las involuntarias mordidas
de lengua o los mordiscos del ámbito íntimo que van desde el “cómeme perro”
hasta la frase de un bolero de Lucho
Gatica cuando musita un “te morderé los labios”.
Párrafo
aparte es el tema de los caníbales que no
solo muerden sino que comen carne humana. Y también el de sus medio primos-hermanos,
los vampiros, que por cierto son más proclives a chupar que a comer.
Recuerdo
en el deporte del box, cuando el negro Mike Tyson le mordió la oreja (y le sacó
un buen pedazo) a su contendor. Al no poder ganarlo a los combos, parece que optó por comérselo.
De
la modernidad no puedo olvidar el símbolo de la manzana mordida de Steve Job, la
que en verdad fue un buen tarascón que le dio a la torta que se comía solito
Bill Gates. Debo mencionar asimismo, la mordida de la araña que tuvo mi
bisabuelo el papá de mi tía Fide, que le produjo un priapismo que le mantuvo en
posición firme “el espantapájaros”, hasta que Dios lo quiso.
Finalmente,
la idea que se me viene a la mente tras todo este asunto de Suárez, es lo bueno
que sería darle un mordisco aunque sea leve, a las platas que la FIFA se echará
al bolsillo con este mundial de fútbol. Digo yo.
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