(Publicado en la revista Kilómetrocero, edición junio 2014)
¿Qué haríamos sin humor? Se dice
que con el humor los seres humanos miran lo trágico de una forma que permite
soportar el drama. Contar chistes forma
parte del día a día del homo sapiens desde los tiempos más añejos. En los
velorios de antaño y en las zonas campesinas de Chile - cuando estas ceremonias duraban un par de días-
era habitual que entre el vino, las sopas
y algo que picar, los deudos y los
afectados directos e indirectos por la muerte de un ser querido, se permitieran
contar chistes y reírse sin mucho decoro. Había licencia para disfrutar el
evento y para ganarse ese tiempo sin censura. Se contrataban mujeres buenas
para llorar – se les llamaba las lloronas- que hacían la coreografía dramática para
que el finado se fuera bien llorado y sentido al patio de los callados. Todo
esto, mientras los demás contaban chistes e historias y también se morían…pero
de la risa.
El profesor John Morreal, de la
Universidad de Virginia ha escrito varios libros sobre el humor y
dice que se originó entre los primeros humanos como una forma de expresar
alivio ante el peligro. Desde ese momento el humor ha jugado un papel
fundamental en la sociedad, para expresar alivio ante los pesares, burlarse de
las instituciones y costumbres sociales
y desde luego, vengarse de los políticos y el poder.
Se asegura que en tiempos de
crisis o de catástrofes, aumenta la
cantidad de bromas que hace la gente especialmente sobre el evento ocurrido. Esto
explica lo expresado por Freud cuando dijo que el humor bloquea emociones
negativas como el miedo. En cambio si se ríe de la situación toma distancia,
por eso la gente bromea sobre cosas que en otras circunstancias producirían miedo,
llanto o irritación.
Desde el mundo de la medicina
también se asegura que el humor tiene efectos muy positivos en la salud porque contribuye
a bajar la presión arterial, la tensión muscular y fortalece el sistema
inmunológico.
Parte de esto lo viví en las
horas siguientes a los momentos álgidos
de los terremotos del A1. Mi casa fue el
lugar de reunión y albergue de todos mis parientes residentes iquiqueños los
que, junto a un grupo no menor de amigos
(algunos solo de paso por asuntos laborales)
totalizaron la no despreciable cifra de 17 personas sumados los dueños del refugio, o sea yo y mi señora y
los residentes Joe Black, Ammie y Docky, a los que se le sumó el serio Tito el
Pug de mi sobrino. Raya para la suma: 14 humanos y 4 perros. Era para la risa.
El escenario hay que
imaginárselo. Sin luz, sin agua, con temblores continuos, más las sirenas y
todo el aparataje comunicacional de la Onemi desplegado, incluido el perifoneo
ad hoc llamando a la calma, con helicópteros sobrevolando a todo dar. Un
escenario tragicómico. Más trágico que cómico, pero esa noche y las siguientes,
a pesar de todo, nos reímos harto. Al tercer día ya no quedaba
ni confort. Sería risa nerviosa o algo
así, pero sirvió. Ahora junto a los elementos para enfrentar las emergencias,
tengo una revista de chistes. Si no hay otra opción que morirse, prefiero hacerlo defecado de la
risa. A pesar de lo grave de la situación, el humor surgió esa noche en cada
instante como bálsamo reconfortante. Eso ayudó mucho y escuché algunos chistes
nuevos muy pertinentes.
Volviendo con Freud, este considera que el humor también constituye una
liberación de tensión sexual acumulada. Sea como fuere, lo cierto es que las bromas sobre sexo
trascienden las fronteras, aunque toman diferentes formas dependiendo del
contexto. Cito el caso del tipo que el terremoto del A1 lo pilló en pleno acto de
apareamiento sexual. Dice haber aprovechado el movimiento de la onda sísmica lo
que le permitió alcanzar un orgasmo grado 8,2. Ahora su cónyuge tan pronto comienza un leve temblor,
lo arrastra de inmediato al lecho.
Contracciones, tiritones de pera,
espasmos orgásmicos, tumefacciones, palpitaciones, arritmias, hormigueos, tartamudeos,
hipos, temblores de manos, tics, taquicardias en fin, son parte de nuestra
propia y natural sismicidad. Hay que estar conscientes que también siempre
estamos expuestos a que se nos mueva el
piso. A eso se agrega que todo cambio es movimiento y que siempre está presente
en nuestras vidas. No en vano viajamos a 30 km/seg alrededor del sol
y a 1.700 Km/hora sobre nuestro eje. Y nosotros muertos de la risa y ni despeinados. Por todo esto, debiéramos
estar muy acostumbrados a que se nos mueva el piso, pues sabemos que ocurre así
hace millones de años y seguirá
ocurriendo.
En conclusión, y esta es la buena
noticia, el humor y la risa tienen efectos muy positivos para la salud. El
humor cumple, sin duda, muchas funciones, pero todas pueden resumirse en que reímos
para no llorar. Digo yo.
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