El viernes fue Halloween, esta
fiesta gringa que en Chile empezó tímidamente a celebrarse hace muchos años en algunos
barrios acomodados de Santiago, posiblemente por la influencia del cine
norteamericano y también porque algunas familias que habiendo vivido un tiempo en
Estados Unidos, participaron en estas fiestas y les pareció interesante hacerlo
una vez de vuelta en Chile. Y así fue sumando hasta popularizarse
A la fecha, esta fiesta dejó de
ser una celebración chilena exclusiva de gente de los barrios altos, esto es, de gente “pituca con lucas” y se
masificó a todo los estratos sociales de Chile, siendo ahora una fiesta que compite fuertemente con la Navidad y con el
ícono mundial Santa Claus, para nosotros
conocido como Viejito Pascual y que aparentemente llegó para quedarse. Es porque
Halloween es producto de la globalización, qué duda cabe.
Me pregunto por qué tanto éxito
de esta celebración tan sui generis donde se hace un culto a la muerte, lo maléfico, lo diabólico, la
sangre, el miedo y a otras expresiones de similar analogía. Algo que en otros
tiempos nadie se podría haber imaginado que llegaría a ser motivo de una fiesta nacional, donde
los niños son los más adictos. La única conexión más o menos razonable es la
que relaciona la “noche de brujas”, la víspera
del día de Todos los Santos que es el 1 de noviembre, fecha que es la conmemoración
que la Iglesia Católica tiene dispuesto en el calendario para rendir tributo a
los fallecidos.
Lo curioso es que en la noche de
Halloween se mezclan, por una parte, la muerte, la pena y el dolor por los fallecidos y por otro lado la alegría, la felicidad y las travesuras que con ocasión
de los muertos, los semi muertos o los resucitados, recorren calles y
vecindarios, grupos de niños y adultos disfrazados ad hoc, pidiendo dulces o
amenazando con hacer alguna travesura si no se muestra generosidad. En este
escenario, son los propios fallecidos los que salen de parranda, muy bien
acompañados con algunos socios que comparten el mismo estado de vida, muerte,
salud o padecimiento. De esta forma Ud. podrá ver saludables,
alegres o muy deteriorados, brujas, diablos, zombis, vampiros, momias, heridos
de gravedad o cadáveres en distintos estados de putrefacción pidiendo dulces o
amenazando.
Pero esto no es todo. Se han empezado
a mezclar las ideas, las formas y las acciones de esta celebración debido a que
ha aparecido una nueva mayoría (comerciantes, fabricantes, importadores y
familias) que con querer queriendo han estado innovando todo y así el asunto va
creciendo y a la vez enredándose cada vez más. La variedad de disfraces excede
la naturaleza de la fiesta y sus propósitos. Me tocó ver en una comparsa de mi vecindario
además de los muertos y ensangrentados de rigor, princesas, superhéroes (Batman estaba bien
pues era su contexto), piratas, corsarios y duendes, pero me pareció
inexplicable la presencia allí del Oso Yogi, Michel Jackson y Caperucita Roja. Estoy de acuerdo en que múltiples
interesados quieran agregar lo suyo, pero este asunto de disfrazarse tiene su
brujería.
Mi explicación es muy básica. A los
seres humanos nos gusta esta cosa de disfrazarnos. Ser lo que no somos o querer ser alguien que
nos gustaría ser. Si somos pobres nos disfrazamos de ricos, si somos feos nos
disfrazamos de Príncipes. Si somos comunistas, nos disfrazarnos de demócratas.
Si somos demócratas nos ponemos una máscara según la ocasión. En fin, da para mucho esto de las brujas. Yo
con la mía estoy feliz. Debe ser el conjuro que me hizo hace 45 años. Digo yo.
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