Desde luego que entiendo que el
Estado nos pida - más bien nos cobre-
mediante los impuestos, la plata que necesita para proporcionarnos las cosas
fundamentales para vivir en una sociedad organizada: infraestructura, servicios
públicos, justicia, defensa y otras. En esto no cabe discusión, lo que se cuestiona casi siempre son los montos, los
tramos impositivos, las tasas, la
frecuencia o la naturaleza del impuesto. Y en este sentido ya la propia palabra
“impuesto” implica una obligación, algo
que se impone. Y como es natural a la conducta humana, en este caso al humano contribuyente, éste se siente acosado
por el poder del Estado que lo invita/obliga a contribuir con su granito de
arena a formar los fondos suficientes y necesarios para mantener al país vivito y funcionando lo
mejor posible, no solo ahora, sino para secula
seculorum.
Entendido así el asunto, los serios
y honestos ciudadanos contribuyentes, debiéramos entender bien la gloriosa misión que cada año nos recuerda la Ley
de la Renta y otras de similar naturaleza y propósitos aún cuando a veces nos
parezcan turbios y contrarios a nuestro sentido de la libertad. En verdad,
debiéramos sentirnos orgullosos de construir la Patria de las generaciones que
vienen. La de nuestros hijos, nietos, bisnietos y todos los que se integren.
Pero la realidad no es tan idílica
para muchos. Sobre todo en el día a día o mejor dicho, en el año a año, cuando
hacemos la declaración de impuestos y debemos pasarle una tajadita adicional a
papá Fisco, fuera de lo que mensualmente nos descuentan por servicios que
contratamos como salud o previsión, lo que siempre consideramos abusivo. Pero
ese es otro cuento.
Un aspecto que me inquieta en
particular es el asunto de conciencia involucrado. Si los impuestos no fueran
“impuestos”, sino voluntarios, creo que definitivamente el país quebraría en treinta
días. No pasaría ni por un default del tipo argentino. Por eso, la filosofía de
los impuestos es que sean obligatorios, regulares y permanentes. Y respecto de
esto último, vale recordar que cada vez que se han establecido impuestos
transitorios, siempre terminan siendo definitivos.
En cuanto al tema de
responsabilidad y conciencia tributaria ¿en qué categoría estarían los que
eluden el pago de impuestos? Y en esto no
me refiero solo a los que se citan como los mayores evasores, los expertos en
elusión - grandes empresas y capitales- sino hasta la persona que en un local de
una feria agropecuaria, no entrega la boleta de compraventa al comprador. No
solo deja de recaudar por encargo del Estado el 19% del IVA, sino que a la vez
se queda con ese diferencial que el comprador ya pagó en el precio. O sea, capicúa, como se dice en el dominó. Gana por los dos lados.
Por donde se mire hay impuestos,
nada prácticamente está libre de estas contribuciones no voluntarias. Y por más
que no nos guste entendemos que son ineludibles, desagradables y que nos dejan
la sensación de que nos sacaran el dinero del bolsillo. Pero qué le vamos a
hacer, todavía nadie ha inventado una fórmula diferente de financiar al Estado. Salvo que estemos pensando en fórmulas tipo Corea del
Norte que me imagino debe ser muy especial. Digo yo.
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