(Publicado en la revista KilómetroCero edición agosto 2014)
Por razones de trabajo, estudios,
diversión o circunstancias de la vida, pasé fuera de Chile en algunas fechas significativas:
cumpleaños de mis hijos, familiares, aniversarios
de matrimonio y vísperas de Navidad. Y también las gloriosas fiestas
de la Patria, el 18 y 19 de septiembre.
No estar en Chile en fechas de
este tipo genera emociones fuertes. Estando lejos la Patria se añora, se siente y se quiere más
intensamente. El 18 de septiembre lejos
del terruño genera llantos y hasta
tiritones de pera en ciertas circunstancias. Me tocó vivirlo y en lugares lejanos. Recuerdo una escala del vuelo que me llevaba de Nueva York a Seúl en Corea. El avión se detuvo en Anchorage
una pequeña localidad del estado de Alaska de los Estados Unidos. Desembarqué para
adquirir algo en las tiendas del aeropuerto. Compré una figura de un esquimal típico
que me recordó mucho a nuestro legendario indio pícaro. También se le subía la
cabeza, pero nada indebido emergía de su cuerpo
sino un cálido: “Welcome to Alaska”. Pero lo más insólito fue encontrar
un ejemplar de la revista Condorito. Esa
revista me resumió Chile tan pronto la
vi. Me llevó de inmediato a su geografía, su cultura, su idioma. Resumía el alma de mi país, desde allí muy cerca del
círculo Polar Artico. Confieso que “se me aconcharon los meados” como se decía
en mi Chile antiguo y campesino. Reconozco que Condorito me emocionó tanto o más que si
hubiere visto ondear la tricolor o escuchar la canción nacional.
A partir de eso, creo que entendí bien lo de las Fiestas
Patrias de los chilenos en el extranjero que tratan de revivir el patriotismo -
definido en este caso como un poderoso y atrayente amor a la Patria que los
parió. Y lo hacen celebrando bajo las formas de preparar y comer las comidas típicas, seguir las tradiciones, pero fundamentalmente compartiendo emociones. En este escenario no faltan las cuecas, las empanadas,
los fierritos, la chicha, los “terremotos”,
las fondas (en la medida de lo posible),
las cintas tricolores, las banderitas y en la actualidad, seguro que también estarán las figuras de la
Roja de Todos, con afiches del Niño
Maravilla, el Rey Arturo o el Pitbull. Todo aquello que huela, recuerde o
inspire a la Patria chilena.
Es explicable, porque el 18 en
el extranjero tiene otro sentido, otro sabor, genera otras sensaciones, una dimensión
emocional diferente. En el Chile físico y real, las Fiestas Patrias son
principalmente de mucho asado, mucho vino o chicha y a veces hasta un par de cuecas.
Y de las tradiciones criollas, muy pocas y principalmente solo para los niños
pequeños. Y eso sería todo. En el extranjero en cambio las tradiciones son el fuerte
y por eso abundan las emociones. Sea en
Australia, Estados Unidos, España, Francia o Brasil, miles de chilenos celebran
emocionados las Fiestas Patrias. Disfrutan de otra forma una empanada de horno, una cueca
chora, un anticucho o un vaso de chicha. Y en cada acto
alimentario, de remojar la garganta para seguir cantando o taconear la danza
criolla, se rinde un emocionado acto de amor a Chile. Para muchos chilenos en el extranjero, las Fiestas
Patrias son la celebración más importante y querida del año. Mucho más que la
Navidad y el Año Nuevo. El 18 es esa
fecha del año donde todos celebran el haber nacido y vivido en esta larga franja
y delgada de tierra, que además tiene una bonita vista al mar.
Los que tienen un poco de
confusión en esto son los cabros chicos hijos de padres chilenos nacidos en el extranjero. Están obligados
a seguir y compartir las tradiciones de sus padres y que re poco entienden de
cuecas, ramadas o del singular idioma de Condorito. Los volantines de papel,
los trompos de madera, los emboques les resultan elementos a lo menos curiosos.
Para un cabro chico chileno nacido en Copenhague, París, Oslo, Estocolmo o Amsterdam,
las empanadas caldúas le pueden resultar hasta “exóticas”. Para un hijo de
chileno nacido en Zurich el palo encebado debe parecerle una práctica
primitiva. Me pregunto cuánto podrán durar estas tradiciones en manos de la generación de reemplazo de los
chilenos de la primera vuelta. Llegará a ser al final Chile solo el recuerdo
de un pequeño país al sur del continente americano.
Finalmente creo que Chile
tendrá los chilenos que nos merezcamos. A Chile no lo definen sus límites
geográficos. Chile es lo que los chilenos soñamos para él. Chile somos
nosotros. Es la Patria que no podemos poseer, sino la Patria que nos posee, que
define cómo hablamos, qué comemos, cómo saludamos, como la sentimos y cómo nos entristecemos y preocupamos cuando otro chileno la pasa mal.
Chile es Condorito y sus amigos. Es el humor de Coco Legrand, la música de
los Huasos Quincheros, Quilapallún o Los
Prisioneros, el fútbol de Colo y la U de Chile,
la cordillera de los Andes, el
mar que
tranquilo (a veces no tanto) nos baña. El cobre que nos paga el sueldo. En fin,
a Chile no hay que explicarlo, solo quererlo. Y ese amor debe ser desde aquí
hasta la quebrada del ají, aunque se viva o solo se esté de paso en Oslo,
Sydney o Anchorage. Digo yo.
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