Aristóteles (400 años AC) intentó responder dando una
singular explicación, simplemente dijo que la razón de ser del hombre en la
vida era alcanzar la felicidad y que a ésta se llegaba mediante la práctica de
las virtudes. Ergo, todos los infelices
no serían virtuosos o viceversa. Desde
esa fecha hasta hoy, ha pasado mucha agua
bajo los puentes y sin menoscabar al griego, son pocas las personas que creen que las
virtudes humanas son suficientes para ser felices.
Saltándonos unos 20 siglos, la búsqueda de la
felicidad en estos días nuevos ya no es
preocupación de la Filosofía, sino de la
Ciencia. Y siendo así, ésta podría ser la que nos de la fórmula ganadora
de cómo ser felices.
Esto suena raro, pero la Neurociencia ha podido demostrar que nuestras subidas y bajadas en el felicidómetro,
nuestro medidor interno de la felicidad para asuntos de amor, éxito, o recompensa y que son las motivaciones que
las personas siempre estamos buscando, ahora
se sabe que están relacionadas con
"sustancias" que se producen en el cerebro. Por lo tanto, la causa de que los humanos seamos felices no
estaría en una fuente externa sino interna. Y lo interesante además, es que se
han podido identificar y se sabe exactamente qué sustancias sirven para generar tal o cual reacción en
particular.
Mente sana en cuerpo sano suele decirse y esto hoy adquiere gran certeza, pues desde nuestra mente salen las
susodichas sustancias que son consecuencia de determinadas actividades placenteras
como la actividad física, la ingesta de determinados alimentos o el sexo y que ayudan
a la liberación de sorprendentes neuroquímicos.
Y como todos buscamos la felicidad, muchos en el
dinero, bastantes en la comida, cada vez más en el deporte y la actividad
física o en las relaciones familiares afectivas, lo interesante es que con ello
generamos sensaciones subjetivas de
bienestar físico y emocional. Eso lo recoge el cerebro y produce las
sustancias “mágicas”. Por eso, si
queremos ser genuinamente felices tenemos que aprender a usar nuestro cerebro,
porque es ahí donde se generan la sensación primaria de felicidad y los estados placenteros.
Emociones positivas como el optimismo, la
satisfacción, la alegría, el humor y el
placer, están en esta categoría. Todo
ello en definitiva, determinan nuestro
estado de bienestar, porque producen placer, alivian el dolor y las consecuencias
emocionales del estrés, como lo son la ansiedad o depresión.
Lo bueno es que diversos laboratorios han logrado
producir estas sustancias llamadas "los químicos de la felicidad,
como por ejemplo la oxitocina, que se conoce como "la hormona del amor".
Asimismo, la comida, la bebida y el sexo actúan como
estímulos naturales y motivan conductas
que provocan un aumento de la dopamina y con ello la sensación de placer. Cumplir una tarea o
alcanzar una meta nos provoca placer y mientras mayores son los obstáculos a
vencer, mayor será la satisfacción.
En todo este asunto,
a mí lo que más me preocupa es que no me falte una sustancia química
cerebral cuyo nombre ahora no recuerdo y
que evita el envejecimiento prematuro y la pérdida de la memoria. Sería
terrible, digo yo.
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